Ni toca tierra ni deja de moverse: el extraño mar en medio del Atlántico que no tiene costa y guarda un tesoro ecológico

Ni toca tierra ni deja de moverse, y, sin embargo, funciona como el barómetro más fiable del Atlántico. A unos 950 kilómetros al este de Florida, en pleno océano Atlántico, una franja de aguas cristalinas delimitada por potentes corrientes guarda un bosque flotante de Sargassum. Allí, bajo un silencio apenas roto por las hélices lejanas de los cargueros, los científicos han detectado un aumento medio de 1 °C desde la década de 1980, un dato que explica por qué el clima se desordena a ambos lados del océano.

Los marineros lo conocen desde hace siglos, pero pocos advierten el momento en que entran en sus aguas color índigo. El Mar de los Sargazos mide unos 1.280 kilómetros de ancho y actúa como guardería natural: crías de tortuga boba, larvas de anguila y cardúmenes de peces neón encuentran cobijo entre las algas pardas mientras los tiburones cailón patrullan en la sombra. Las cifras hablan solas: más de cien especies de invertebrados se adhieren a las esteras y permanecen allí años hasta que el tapiz se deshace.

El termómetro oculto del cambio climático

La calma engaña. En superficie, la temperatura oscila de 28 a 30 °C en verano y baja a 18-29 °C en invierno, variaciones que desencadenan una mezcla vertical capaz de mantener estables los patrones meteorológicos del Atlántico Norte y del Sur. Esa misma mezcla absorbe dióxido de carbono, lo fija en conchas de plancton y lo envía al fondo marino como nieve biológica. Solo tras dos años de muestreo continuo el oceanógrafo Nicholas Bates y su equipo en Bermudas comprendieron la magnitud del calor atrapado: “El océano está más cálido que nunca en ‘millones y millones de años’”, advirtió.

Mientras tanto, unas 200.000 piezas de plástico por kilómetro cuadrado se amontonan en la superficie. Cuatro corrientes —la del Atlántico Norte, la de las Canarias, la Ecuatorial del Norte y la de las Antillas— actúan como desagüe gigante y arrastran bolsas, redes perdidas y fragmentos de pintura con cobre y zinc. El ruido constante de los cargueros enmascara los cantos de los cachalotes; las hélices trituran el Sargassum; las tortugas jóvenes quedan atrapadas donde antes se escondían.

Seis décadas de datos que alertan

Desde 1954, los investigadores toman la temperatura, la salinidad y el pH cada mes en dos estaciones frente a Bermudas, construyendo un registro de sesenta años que hoy es referencia mundial para seguir la acidificación del océano. Las capas más cálidas impiden la mezcla profunda, privan de oxígeno las aguas inferiores y limitan las floraciones de plancton que alimentan la cadena trófica.

En 2014 nació la Comisión del Mar de los Sargazos, un organismo intergubernamental que negocia rutas de navegación más alejadas de las esteras y temporadas de veda para la pesca de palangre. Lo hace contrarreloj. Los veranos son cada vez más largos y los huracanes más violentos, y el Sargassum prolifprolifera hasta colapsar playas caribeñas: las máquinas lo retiran, el alga se pudre y libera gases de efecto invernadero, invirtiendo su papel de sumidero de carbono.

Consecuencias de perder el Mar de los Sargazos

La urgencia es global. Si desaparece el Mar de los Sargazos, las anguilas europeas y americanas perderán la única cuna que conocen tras recorrer ríos enteros y volver 4.800 kilómetros para desovar. Las ballenas jorobadas atravesarán un desierto nutricional. Incluso las trayectorias de las tormentas sobre Europa podrían desviarse.

Los gobiernos debaten un tratado contra los vertidos plásticos y las navieras ensayan hélices más silenciosas. Ninguna medida por sí sola rescatará este bosque flotante, pero juntas podrían comprar tiempo a un ecosistema que mantiene unidos continentes, regula el clima y ofrece la bitácora más completa del calentamiento oceánico. Proteger su silencio hoy significa evitar la tormenta de mañana.

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