La Voyager confirma una ‘pared de fuego’ a 30.000 grados Kelvin en los confines del sistema solar

El 25 de agosto de 2012, la sonda Voyager 1 llegó al límite conocido de la heliosfera; su gemela Voyager 2 repitió la hazaña en 2018. Allí, a una distancia mayor que la de cualquier planeta, ambas naves registraron una región donde el termómetro se dispara hasta 30.000 grados Kelvin. Es la llamada pared de fuego, la frontera en la que el viento solar se topa con el viento interestelar y marca el adiós definitivo a la influencia directa de nuestra estrella.

La NASA define el escenario de forma sencilla: «Esto forma una burbuja gigante alrededor del Sol y sus planetas, conocida como heliosfera. Más allá de esta heliopausia, el límite entre el viento solar y el viento interestelar es la heliopausia, donde la presión de ambos vientos está en equilibrio. Este equilibrio de presión hace que el viento solar retroceda y fluya por la cola de la heliosfera». Allí, la temperatura oscila entre 30.000 y 50.000 K, un valor capaz de pulverizar cualquier metal y que obliga al plasma solar a plegarse y desviar su trayectoria.

El viaje que empezó en 1977

Las Voyager despegaron hace casi medio siglo con un objetivo tan ambicioso como poético: descubrir hasta dónde llega realmente el sistema solar. En ruta retrataron Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, pero su logro mayor ha sido cartografiar la zona donde termina el dominio del Sol. Siguen enviando datos gracias a sus instrumentos de baja potencia y se han convertido en los mensajeros más lejanos de la humanidad.

¿Qué hay tras la pared?

Los detectores revelan que, inmediatamente después de la heliopausia, «el campo magnético en la región justo más allá de la heliopausia es paralelo al campo magnético dentro de la heliosfera». Eso sugiere una transición suave, no un corte brusco. Más allá se extiende el medio interestelar, un filtro de gas y polvo que nunca ha sido visitado por otra nave y cuyo estudio podría iluminar el origen de los rayos cósmicos que bombardean la Tierra.

El siguiente desafío

Comprender la dinámica de esa ‘burbuja’ es clave para las futuras misiones tripuladas que algún día despegarán hacia el espacio profundo. Saber cómo varía la radiación y cómo se reconfigura el campo magnético ayudará a diseñar blindajes y rutas más seguras.

Por ahora, las Voyager continúan su travesía silenciosa, girando con parsimonia, enviando pulsos de radio que tardan más de un día en llegar a Madrid y recordándonos que el punto final del sistema solar nunca fue un simple kilómetro cero, sino una frontera ardiente donde confluyen dos vientos que jamás descansan.

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