La rápida expansión de cepas de Salmonella Typhi resistentes en el sur de Asia, documentada en The Lancet Microbe, pone en alerta a los tratamientos habituales y reaviva la alerta sanitaria mundial.
La fiebre tifoidea —una infección bacteriana que hasta hace poco se trataba con medicamentos de bajo coste— ha dejado de ser fácilmente curable. Un análisis genómico de 3.489 aislamientos de Salmonella Typhi procedentes de la India, Pakistán, Nepal y Bangladesh revela que las variantes multirresistentes ya superan en número a las sensibles. El trabajo, liderado por Jason Andrews (Universidad de Stanford) y publicado en The Lancet Microbe, confirma que «la velocidad a la que emergen y se diseminan estas cepas es inquietante».
Un problema que se gesta en cada tratamiento incompleto
El origen de esta deriva es conocido: ciclos antibióticos mal pautados o interrumpidos permiten que la bacteria mute y se fortalezca. Las variantes descritas acumulan cambios en los genes de la ADN-girasa, multiplicando por mil la dosis necesaria de ciprofloxacino, uno de los pilares de la terapia ambulatoria.
El impacto no es teórico. Ahmedabad (oeste de la India) sufrió en 2025 el mayor brote registrado hasta la fecha con cepas que, además de eludir la ciprofloxacina, se mostraron refractarias a ceftriaxona, ampicilina y trimetoprim-sulfametoxazol.
Azitromicina: ¿último cartucho oral?
Hoy, la azitromicina es prácticamente el único antibiótico por vía oral que conserva actividad. Sin embargo, laboratorios paquistaníes detectan un aumento sostenido en la concentración mínima inhibitoria y Estados Unidos notificó recientemente los primeros casos autóctonos resistentes a este fármaco. La mutación clave afecta a la bomba de eflujo AcrB, que expulsa el medicamento antes de que actúe.
Si la azitromicina falla, los carbapenémicos intravenosos —costosos y poco accesibles en zonas endémicas— serán la última barrera.
Vacunas: una oportunidad que ya funciona
Ante la escasez terapéutica, la prevención vacunal cobra protagonismo. Tres preparados cuentan con aval internacional, y la vacuna conjugada, autorizada desde los seis meses de vida, es la recomendada por la OMS para países de alta incidencia.
Pakistán la incluyó en su calendario en 2019 y, en los distritos con buena cobertura, los casos pediátricos han caído de forma notable. Modelos elaborados en la India sugieren que vacunar de forma sistemática evitaría más de un tercio de las muertes por fiebre tifoidea en la próxima década.
Un patógeno que viaja en avión
Las cepas resistentes no conocen fronteras. El estudio de The Lancet Microbe traza rutas de dispersión desde el sur de Asia hacia el este de África y el Sudeste Asiático, regiones donde las carencias de saneamiento favorecen la propagación. En 2019, los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de EE. UU. contabilizaron unos 450 casos, la mayoría vinculados a viajes, pero el escenario podría cambiar si la transmisión local gana terreno.
Vigilancia genómica y medidas básicas de salud pública
Los autores insisten en que la secuenciación rápida de cepas clínicas debe integrarse en la atención rutinaria para ajustar el tratamiento desde el primer día. Sin estos datos, los sistemas sanitarios «irán siempre por detrás».
Mientras llegan nuevos fármacos, el acceso universal a agua potable, saneamiento y cadena de frío sigue siendo la intervención más rentable: reduce no solo la fiebre tifoidea, sino un amplio abanico de infecciones entéricas con un retorno económico evidente.
En síntesis, la fiebre tifoidea ha pasado de ser un problema controlado a convertirse en una emergencia de resistencia antimicrobiana. Solo una combinación de vacunación masiva, vigilancia genómica y mejoras en infraestructuras básicas evitará que la enfermedad recupere el protagonismo que la medicina moderna le había arrebatado.