La costilla de “Scotty” muestra, por primera vez, el rastro de una fractura que seguía cicatrizando cuando el animal murió hace 66 millones de años

Un equipo de la Universidad de Regina ha identificado vasos sanguíneos conservados dentro de una costilla de Scotty, el Tyrannosaurus rex más grande y longevo descubierto hasta la fecha, un depredador de casi 9 toneladas que deambuló por la actual Saskatchewan hace unos 66 millones de años. El hallazgo, publicado este mes en Scientific Reports, se obtuvo con imágenes de rayos X de sincrotrón, una técnica no invasiva que permitió explorar el interior del fósil sin dañarlo y que arroja luz sobre cómo se reparaban las fracturas óseas en los dinosaurios.

Scotty: historia del fósil del T. rex gigante

La historia comenzó en 1991, cuando los paleontólogos exhumaron los restos de esta colosal bestia y celebraron el hallazgo con un trago de whisky, bautizando al esqueleto como Scotty. Décadas después, en 2019, Jerit Mitchell, entonces estudiante de grado, revisaba un escáner de una de las costillas cuando detectó una estructura inusual. “Normalmente, lo que se conserva en el registro fósil son solo las partes duras, como los huesos o los dientes”, recuerda; sin embargo, la anomalía sugería la presencia de tejidos blandos petrificados, algo extraordinario.

A partir de ese indicio, el equipo construyó un modelo tridimensional del hueso y de las delicadas estructuras internas. Los análisis químicos revelaron que el calcio domina la matriz ósea, mientras que hierro y manganeso impregnan los vasos conservados, confirmando que se trataba de un entramado vascular auténtico. La costilla mostraba signos de fractura en proceso de curación, una lesión probablemente causada durante un enfrentamiento con otro tiranosaurio adulto, como evidencian las cicatrices y mordiscos descritos en otros restos.

¿Cómo curaban sus heridas los dinosaurios?

“Las estructuras de los vasos sanguíneos conservados, como las que encontramos en la costilla de Scotty, parecen estar relacionadas con las zonas en las que el hueso se estaba curando”, explica Mauricio Barbi, coautor del estudio. Esa remodelación incompleta habría permitido que el flujo sanguíneo quedara fosilizado y, con él, una instantánea única de la fisiología del animal.

El descubrimiento no solo ofrece un vistazo íntimo a la biología y el comportamiento de los grandes depredadores cretácicos. También abre la puerta a comparar los procesos de curación en especies extintas con los de aves y cocodrilos actuales, sus parientes vivos más cercanos, y a revisar colecciones históricas con tecnologías modernas. Tal y como concluyen los autores, “este trabajo ofrece optimismo para el futuro análisis in situ de tejidos blandos en huesos fósiles”, una perspectiva que desafía la vieja creencia de que en un fósil no puede quedar rastro de materia orgánica.

Para la paleontología, cada nuevo vistazo a la anatomía oculta de Scotty refuerza la idea de que los fósiles aún guardan secretos. Y, mientras una réplica de su imponente esqueleto sigue fascinando a los visitantes del Royal Saskatchewan Museum, las costillas originales continúan revelando, con paciencia de piedra, cómo se curaba un gigante.

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