La babosa que secuestra la energía del sol: Harvard desvela los «kleptosomas» que la convierten en planta

Elysia crispata encapsula cloroplastos robados y los utiliza como batería biológica durante meses, según un estudio publicado en “Cell”

Es posible ser animal y, al mismo tiempo, vivir de la luz. Un equipo de biólogos de la Universidad de Harvard acaba de explicar cómo la babosa marina Elysia crispata, habitual de las aguas tropicales del Caribe, roba los orgánulos fotosintéticos de las algas que ingiere y los mantiene activos durante más de un año. El hallazgo, descrito en la revista Cell, identifica unas estructuras celulares inéditas, bautizadas como kleptosomas, que regulan esos cloroplastos “secuestrados” y ofrecen nuevas pistas sobre la evolución de las simbiosis y, quizá, sobre futuras aplicaciones médicas.

Kleptosomas: la solución bioquímica

Hasta ahora se sabía que varias babosas practicaban cleptoplastia: ingerían algas y desviaban parte de su maquinaria fotosintética hacia sacos intestinales. Lo que no se comprendía era cómo esa maquinaria seguía funcionando tanto tiempo dentro de un animal. El laboratorio de Corey Allard ha encontrado la respuesta: los cloroplastos quedan empaquetados en compartimentos de membrana que la propia babosa fabrica. En el interior de estos kleptosomas, canales iónicos sensibles a ATP miden la producción energética del orgánulo y ajustan el paso de iones para mantener un ambiente químico estable. “Es una de las cosas más locas de la biología”, admite Allard.

Una batería viviente contra el hambre

La estrategia concede a Elysia crispata una doble ventaja. Mientras hay alimento, los cloroplastos actúan como paneles solares y tiñen de verde el cuerpo foliáceo del molusco. Cuando llega la escasez, la babosa deja de proteger los kleptosomas, activa sus lisosomas y digiere los cloroplastos como último recurso energético; su piel adquiere entonces tonos anaranjados, igual que las hojas en otoño. La plasticidad contradice la imagen de un animal que viviese solo de la fotosíntesis y sugiere beneficios adicionales: camuflaje, defensa química o reserva nutricional.

Simbiosis que evoca los orígenes celulares

El trabajo va más allá de las babosas. Nick Bellono y Amy Si-Ying Lee, coautores del estudio, han detectado mecanismos parecidos en corales y anémonas, lo que apunta a una convergencia evolutiva en la integración de simbiontes fotosintéticos. Esa convergencia recuerda a la endosimbiosis primaria que dio origen a las mitocondrias y los cloroplastos de plantas y animales hace más de mil millones de años. Observar ahora el proceso en tiempo real ofrece un modelo privilegiado para estudiar cómo un huésped controla material biológico ajeno.

De la biología marina a la medicina

Las implicaciones médicas tampoco pasan desapercibidas. Muchos trastornos humanos se relacionan con la degradación defectuosa de orgánulos; comprender cómo Elysia crispata regula (y desregula a voluntad) sus lisosomas podría inspirar terapias contra enfermedades lisosomales o neurodegenerativas. “Quizá estos ladrones de cloroplastos enseñen a la biomedicina nuevas formas de reciclar componentes celulares sin dañar el conjunto”, sugiere Bellono.

Un catálogo creciente de ladrones de superpoderes

Por el momento, el equipo ampliará el catálogo de “ladrones de superpoderes”. Otras babosas del género Berghia incorporan los cnidocitos urticantes de sus presas y los conectan a su sistema nervioso, como si empuñaran un arsenal de lanzas vivas. Cada caso confirma que la naturaleza ensaya, en escalas de tiempo muy diferentes, el arte de integrar y adaptar piezas ajenas. Y ninguno lo hace con tanta elegancia verde como la pequeña lechuga de mar del Caribe.

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