Encuentra el cráneo de Benjamina, una niña con una rara enfermedad que sobrevivió gracias al cuidado de su grupo hace más de 500.000 años

¿Te imaginas descubrir, en lo más profundo de una cueva burgalesa, el rostro de una niña que vivió hace más de medio millón de años? Confieso que, la primera vez que visité (por internet) la Sima de los Huesos, sentí un cosquilleo parecido al de abrir un viejo álbum familiar: cada fósil parece contarnos una anécdota íntima de nuestra especie. Y, entre todas esas “fotografías” de piedra, hay una que me sigue dejando sin aliento: el cráneo de Benjamina.

¿Quién era Benjamina y por qué su cráneo revoluciona Atapuerca?

Benjamina es el nombre cariñoso que los investigadores dieron a una niña Homo heidelbergensis de entre 10 y 12 años. Sus restos aparecieron en la campaña de 2001 – 2002 en la célebre Sima de los Huesos, un “baúl” prehistórico que ya ha entregado los huesos de al menos 28 individuos del Pleistoceno Medio.

Lo que la convierte en un caso único no es solo su edad, sino la huella de una enfermedad rarísima grabada en su cráneo: la craneosinostosis lambdoidea verdadera, el cierre prematuro de la sutura posterior que apenas representa entre el 1 % y el 3 % de todas las craneosinostosis modernas.

¿Qué es exactamente la craneosinostosis lambdoidea?

Quizá hayas oído hablar de la escafocefalia, más común, donde la sutura sagital se cierra antes de tiempo. La versión que afectó a Benjamina es otra liga: compromete la sutura lambdoidea, justo en la nuca. Esa fusión precoz de huesos no solo deforma la cabeza; también puede elevar la presión intracraneal y dañar el cerebro, con riesgos de visión o lesiones neurológicas.

En clínica actual, diferenciarla de la plagiocefalia posicional es clave, porque esta última suele corregirse con ortopedia, mientras que la sinostosis real requiere cirugía. Imagínate el desafío de reconocerla en un fósil de hace 530.000 años.

Cómo los científicos “rehicieron” el cráneo paso a paso

Tras recuperar los fragmentos —el llamado Cráneo 14—, el equipo aplicó tomografía computarizada 3D. Así estimaron un volumen endocraneal de unos 1.200 cm³, coherente con la edad infantil. La sutura lambdoidea izquierda mostraba dos tercios soldados, y alrededor se formaron huesos wormianos, un sello casi inconfundible de la patología.

El resultado es tan llamativo que provoca un déjà vu: el abombamiento frontal contralateral confiere a Benjamina un perfil sorprendentemente moderno, casi como si la evolución hubiese ensayado rasgos actuales mucho antes de tiempo.

¿Qué nos revela su supervivencia sobre el cuidado en la Prehistoria?

Aquí llega la parte que me eriza la piel. Vivir diez años con una deformidad visible y potencialmente incapacitante no era, precisamente, lo habitual en tiempos antiguos —ni siquiera en sociedades recientes—. Y, sin embargo, aquel grupo de Homo heidelbergensis no la apartó: la protegió durante una década entera. Ese gesto habla de empatía, de cohesión y de un sentido de comunidad que solemos adjudicar a épocas mucho más cercanas. Benjamina es, en palabras del propio equipo, una prueba temprana de cuidado social en nuestra línea evolutiva.

Posibles causas de la malformación: ¿azar, trauma o entorno prenatal?

Los investigadores barajan varios desencadenantes: trauma intrauterino, restricciones fetales o tortícolis congénita. Patologías metabólicas —raquitismo, anemia— se descartan por la ausencia de daños óseos típicos. Incluso el oligoamnios (bajo líquido amniótico), documentado hoy como factor de deformaciones craneales, se pone sobre la mesa.

Sea cual sea la causa, el diagnóstico paleopatológico es tan fino que eclipsa a otros casos fósiles propuestos —Salé, Singa 1—, en los que no pudo confirmarse una sinostosis lambdoidea auténtica.

Un antes y un después para la paleopatología humana

Desde las menciones de Galeno hasta los retratos de Pericles o Akenatón, hemos reconocido cabezas singulares en la historia. Pero nunca antes habíamos tenido un ejemplo tan antiguo y tan claro. Benjamina ilumina dos frentes: las enfermedades que acechaban a nuestros antepasados y los lazos afectivos que ya tejían para cuidarse mutuamente.

Reflexión final: ¿qué aprendemos hoy de la “hija” más joven de Atapuerca?

Personalmente, la lección que me llevo es doble. Primero, que la vulnerabilidad no es un invento moderno; estaba escrita en los huesos de nuestros ancestros. Segundo, que la compasión tampoco es una moda reciente: late, como un hilo rojo, desde los albores de la humanidad.

Y ahora te pregunto: ¿crees que descubrimientos como el de Benjamina cambian la forma en que vemos nuestra propia evolución social? Comparte tu opinión y enriquezcamos juntos esta conversación sobre nuestro pasado —y nuestro presente— común.

Si quieres profundizar más en la fascinante historia médica de Benjamina, aquí tienes el enlace al estudio completo publicado en Child’s Nervous System.

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