El superalimento que pasa desapercibido en los menús infantiles, según una pediatra de Harvard

Las legumbres, en especial los frijoles, son la pieza que falta en la dieta de muchos niños: aportan proteínas completas, fibra y vitaminas por un precio mínimo y con un impacto ambiental muy bajo.

«¿Qué comen hoy los más pequeños?». Con esta pregunta abrió su ponencia la doctora Kelly Fradin, jefa de Pediatría del Instituto de Salud e Investigación Atria y formada en Harvard, ante un auditorio de padres madrileños. Allí explicó qué alimento falta en los platos infantiles, las legumbres, quién lo recomienda —ella misma, con dos décadas de consulta a la espalda—, cuándo conviene introducirlo —cuanto antes—, dónde incorporarlo —desde el puré hasta el bocadillo—, por qué mejora la salud —reduce el riesgo futuro de diabetes, cáncer y patología cardiovascular— y cómo conseguir que incluso el comensal más reacio las acepte.

Un cóctel natural de proteínas y fibra

Las legumbres concentran hasta 15 g de proteína y 13 g de fibra por taza cocida, una combinación que sostiene el crecimiento y, al mismo tiempo, mantiene la saciedad durante horas. La pediatra subraya que esta fibra es soluble e insoluble: la primera regula el colesterol LDL y evita los picos de glucosa; la segunda agiliza el tránsito intestinal y previene el estreñimiento. El niño, dice Fradin, «se siente con energía estable para jugar, aprender y dormir mejor».

Vitaminas y minerales que impulsan el desarrollo

Más allá de la proteína, los frijoles ofrecen folato, hierro, magnesio y todo el espectro de vitaminas B. El folato favorece la división celular, el hierro transporta oxígeno a músculos y cerebro, y el magnesio cuida la conexión nerviosa. En el caso de la soja, se suma una dosis de ácidos grasos omega‑3 y omega‑6 que despeja el camino hacia un corazón sano y un sistema nervioso robusto.

Una elección amable con el bolsillo y el planeta

Mientras la cesta de la compra se encarece, un paquete de lentejas o alubias mantiene su precio. «Por menos de un euro, una familia de cuatro puede cenar proteínas de calidad», recuerda la especialista. Además, cultivar legumbres requiere menos agua y genera menos emisiones que la producción ganadera, algo que refuerza su atractivo en un momento de creciente conciencia ecológica.

Estrategias para conquistar paladares difíciles

El desafío admite la doctora, no es nutricional sino sensorial. Su receta inicial es sencilla: edamame al vapor como tentempié, frijoles negros escondidos en una quesadilla o incluso un brownie de alubia que sorprende por su textura sedosa. Cuando el pequeño amplía horizontes, llegan el chili suave, la crema de lentejas o un guiso de garbanzos con verduras. «La clave —insiste— es presentar el grano en formatos familiares y celebrar cada bocado, por pequeño que sea».

Un seguro de salud a largo plazo

El mensaje final de Kelly Fradin es claro: introducir legumbres antes de los cinco años consolida un hábito que puede durar toda la vida. El resultado no se mide solo en centímetros de crecimiento, sino en la reducción de hipertensión, obesidad y otros males que hoy se gestan en los colegios y mañana colapsan las consultas. Un gesto sencillo —abrir un bote de frijoles— puede convertirse en la mejor póliza de bienestar infantil.

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