Hacía falta una mezcla de perseverancia y audacia para intentarlo, pero la recompensa ha sido histórica: científicos descritos en The ISME Journal han resucitado microalgas que llevaban 6.871 años privadas de luz y oxígeno. El experimento se llevó a cabo en laboratorios especializados de Europa septentrional, donde los investigadores introdujeron las células inertes en agua marina fresca y las expusieron a iluminación controlada. En menos de una semana, observaron que retomaban la fotosíntesis y el crecimiento con la misma soltura que sus descendientes actuales, demostrando que la vida puede detener su reloj interno y regresar indemne cuando las condiciones mejoran. La reanimación confirma de forma directa que determinados microorganismos pueden sobrevivir a cambios climáticos, geológicos y ecológicos de largo alcance.
Una cápsula del tiempo genética
Cada estrato de sedimento opera como una cápsula del tiempo que guarda material genético intacto. Al perforar el fondo del Báltico, los investigadores recuperaron núcleos de sedimento correspondientes a distintas épocas del Holoceno. Las células de Skeletonema marinoi halladas en capas profundas presentaban paredes celulares engrosadas y reservas energéticas que les permitieron soportar la oscuridad y la falta de oxígeno durante milenios. Una vez reactivadas, revelaron diferencias genéticas sutiles frente a las poblaciones modernas, prueba de una evolución gradual en respuesta a la salinidad, la temperatura y la disponibilidad de nutrientes. Gracias a la llamada ecología de la resurrección, los científicos comparan directamente organismos ancestrales con sus descendientes, evitando las incertidumbres que rodean a los registros fósiles convencionales.
Latencia, el reloj biológico detenido
La latencia no es una pausa simple, sino un estado metabólico complejo. En las microalgas analizadas, la formación de células resistentes requiere proteínas protectoras y gruesas paredes de sílice que sellan el interior celular. Estas adaptaciones permiten soportar la ausencia de luz, temperaturas bajo cero y la carencia total de oxígeno. Durante el invierno, las diatomeas se hunden en el lecho marino, y en primavera emergen para reanudar el ciclo fotosintético. El experimento demuestra que esa estrategia, concebida para superar temporadas desfavorables, puede prolongarse más allá de los ciclos estacionales y extenderse a escalas geológicas, cuestionando los límites temporales de la vida latente. El hallazgo plantea nuevas preguntas sobre los mecanismos de reparación del ADN y la estabilidad de las membranas celulares tras periodos tan prolongados.
Claves para predecir el clima del mañana
Revivir estos microorganismos no es un simple truco de laboratorio. Las cepas milenarias constituyen un banco de pruebas sin precedentes. Al someterlas a distintas combinaciones de temperatura, acidez y concentración de nutrientes, los investigadores observan cómo reaccionan los fotosistemas y la tasa de división celular. Al comparar los resultados con los de cepas contemporáneas, esperan reconstruir la respuesta del fitoplancton a variaciones climáticas pasadas y, con ello, afinar modelos que predicen la estabilidad futura de los ecosistemas oceánicos. El motivo es claro: el fitoplancton representa la base de la cadena trófica y regula buena parte del CO₂ atmosférico. Comprender cómo superó las oscilaciones climáticas del Holoceno ayudará a anticipar su papel en un océano que se calienta y acidifica con rapidez.
La lección de las diatomeas bálticas
Queda un enigma mayor: ¿cómo conservan intactos sus sistemas de reparación celular durante milenios? Resolverlo podría arrojar luz sobre la resiliencia de la vida y orientar estrategias de conservación en un planeta sometido a un rápido calentamiento. Además, los sedimentos marinos podrían albergar otras especies latentes cuyos genomas revelen adaptaciones hoy desconocidas. Por el momento, el estudio confirma que la vida posee recursos insospechados para resistir el paso del tiempo. La lección que dejan las diatomeas bálticas es tan simple como poderosa: la biodiversidad oculta en los fondos oceánicos no solo guarda el pasado de la Tierra, sino que también ofrece pistas cruciales para proteger su futuro.