Descubren una nueva araña gigante la más letal del planeta y con un tamaño récord: su veneno detiene el cuerpo en minutos

El hallazgo de Atrax christenseni, un arácnido más grande y con un veneno incluso más potente que el de la mítica araña de tela en embudo de Sídney, reescribe, desde Australia, el mapa mundial del riesgo arácnido.

De un plumazo, el relato sobre la araña de tela en embudo de Sídney ha quedado anticuado. Un estudio publicado en enero de 2025 en la revista BMC Ecology and Evolution demuestra que, bajo el paraguas de lo que creíamos una sola especie, se escondían en realidad tres: la Atrax robustus (la “clásica”), la Atrax montanus, que merodea por las Montañas Azules, y la recién descrita Atrax christenseni, apodada “Big Boy”, dueña de unas patas más largas y de un cóctel tóxico todavía más fulminante.

Los investigadores, dirigidos por la aracnóloga Stéphanie Loria, combinaron análisis genéticos con la revisión minuciosa de ejemplares de museo recolectados desde 1900. Sus conclusiones desmontan un siglo de taxonomía y acotan la distribución de cada especie: A. robustus domina la franja costera norte de Sídney; A. montanus prefiere los enclaves húmedos y frescos del oeste y del sur; y A. christenseni se refugia en torno a Newcastle, a unos 145 kilómetros al norte de la capital de Nueva Gales del Sur.

Un veneno que detiene el cuerpo en minutos

Desde que se documentaron las primeras picaduras mortales (13 entre 1927 y 1980), la araña de tela en embudo ha sido el terror icónico de los patios australianos. Su toxina bloquea los canales de sodio de las neuronas: los músculos se crispan, la respiración se vuelve difícil y, sin intervención, el desenlace puede llegar en pocas horas.

El antiveneno introducido en 1981 puso fin a las muertes, pero no a la inquietud. Hoy, las pruebas preliminares indican que el brebaje neurotóxico de “Big Boy” igualaría o superaría la potencia de su pariente de Sídney, aunque el antídoto vigente parece seguir siendo eficaz. Los toxicólogos australianos ya estudian si conviene afinar la fórmula para cada especie a fin de reducir aún más los tiempos de recuperación.

De aficionado a descubridor de especies

El gigante de Newcastle debe su nombre coloquial al cuidador de fauna Kane Christensen, quien se topó con varios machos “inusualmente corpulentos” mientras recolectaba ejemplares para los programas de extracción de veneno.

Sorprendido por su anatomía, envió las muestras al equipo científico y abrió la puerta a la reclasificación completa del grupo. “No hay mayor honor que ver tu apellido ligado a una araña como esta”, confesó Christensen tras la publicación del artículo.

Más que un susto: una pieza clave del ecosistema

Aunque la fama de la tela en embudo atrae titulares, su ausencia alteraría el equilibrio de los bosques esclerófilos donde actúa como depredador tope de insectos. Distinguir con precisión qué especie vive en cada valle permitirá vigilar mejor los impactos de incendios, urbanización y cambio climático sobre unas poblaciones que (paradojas de la naturaleza) son temidas y, a la vez, esenciales.

El descubrimiento recuerda que incluso los iconos zoológicos esconden secretos. Tres nombres donde antes había uno exigen reajustar protocolos médicos, carteles informativos y planes de conservación. Y, sobre todo, invitan a la prudencia: en el jardín australiano, una sombra algo más voluminosa de lo normal puede ser “Big Boy”. Revisar los zapatos antes de ponérselos y ceder la escoba a los expertos sigue siendo la mejor receta para convivir con la araña más venenosa (y ahora también la más corpulenta) del mundo.

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