Dos diminutos fósiles demuestran que los parásitos que manipulan el comportamiento de los insectos ya acechaban hormigas y moscas hace unos 100 millones de años, en pleno Cretácico, según un estudio firmado por el Instituto de Geología y Paleontología de Nanjing y el Museo de Historia Natural de Londres.
Un brote cretácico que sale a la luz
En una pieza de ámbar extraída del valle de Hukawng (actual Myanmar) los investigadores han identificado Paleoophiocordyceps gerontoformicae y Paleoophiocordyceps ironomyiae, dos especies extintas que brotan de los cuerpos de una pupa de hormiga y de una pequeña mosca. El hallazgo, publicado en Proceedings of the Royal Society B, certifica que la macabra estrategia de infiltrarse en un insecto vivo, consumirlo desde dentro y, finalmente, obligarle a morir en la posición idónea para dispersar esporas, se practicaba cuando aún dominaban los dinosaurios.
Tallos fosilizados que delatan al parásito
Los tallos emergen de las articulaciones blandas, justo donde hoy lo hacen los hongos entomopatógenos modernos. La hormiga parece haber sido expulsada del nido antes de que el hongo liberase las esporas, una conducta sanitaria que las colonias sociales ya habían perfeccionado en el Cretácico. En cada estroma los autores contaron peritecios en forma de matraz, diminutas cámaras donde maduran las esporas sexuales, lo que permite relacionar el género fósil con el actual Ophiocordyceps pese a que ambas líneas se separaron hace más de 130 millones de años.
El ámbar como archivo natural
Encontrar un parásito antiguo tan bien conservado es poco frecuente. Los hongos poseen tejidos delicados y, además, el insecto suele descomponerse lejos de su verdugo micótico. La resina vegetal, sin embargo, actúa como una cápsula del tiempo: sella el cadáver en cuestión de minutos, aísla la humedad y detiene las bacterias. Esa protección mantiene incluso hifas más finas que un cabello, lo que permite examinar con detalle la interacción huésped-patógeno. El yacimiento kachin destaca por su claridad, pero también por los dilemas éticos que plantea la explotación de ámbar; los investigadores prefieren rastrear los desechos de mina antes que incentivar nuevas extracciones.
Manual zombi de alta precisión
El estudio ofrece pistas sobre el modo en que los hongos ‘zombis’ controlan la mente de sus víctimas. Igual que sus parientes actuales, el ancestro cretácico habría perforado el exoesqueleto y se habría alojado en la hemolinfa; a partir de allí la emisión de moléculas parecidas a enterotoxinas reprogramaría músculos y neuronas. Hoy se sabe que, cuando el proceso culmina, los genes relacionados con la serotonina y la dopamina en la hormiga cambian de actividad y desencadenan el célebre “agarre de la muerte”, asegurando que el insecto quede fijado al sustrato justo antes de exhalar su último aliento.
Por qué importa en pleno siglo XXI
Comprender la evolución de estos hongos no es un simple ejercicio de curiosidad paleontológica. Más de 1500 especies fúngicas atacan hoy a los insectos y varias se emplean ya como biopesticidas contra plagas agrícolas o mosquitos vectores de enfermedades. Saber cómo se produjeron los saltos de huésped a lo largo de la historia ayuda a anticipar qué cultivos o qué vectores podrían ser los próximos objetivos, sobre todo en un clima que se vuelve más cálido y húmedo por la noche. En definitiva, el par de fósiles birmanos revela que la guerra química entre hongos y artrópodos lleva librándose al menos desde el Cretácico y que las lecciones de aquel pulso microscópico siguen guiando estrategias de salud pública y agricultura sostenible.