Descubren que el olivo más antiguo del mundo tiene unos 4.000 años y aún produce aceitunas cada temporada

En la pequeña aldea de Ano Vouves, un ejemplar de Olea europaea confirma, tras un exhaustivo estudio científico, que la longevidad no está reñida con la fertilidad.

El estudio combina tomografía computarizada, análisis dendrocronológicos y pruebas histológicas para afrontar un reto mayúsculo: datar un árbol cuyo núcleo se perdió hace siglos por la descomposición natural. Los resultados convergen en una cifra que impresiona: unos 4.000 años de edad, lo que convierte a este ejemplar en el olivo vivo más antiguo del que se tiene constancia. Su monumentalidad no se limita a la cronología; el tronco alcanza 4,6 metros de diámetro y presenta cavidades labradas por el viento, la lluvia y, quizá, podas ancestrales que favorecieron la regeneración de tejidos jóvenes.

Vitalidad que desafía la lógica

Lejos de mostrar signos de senescencia terminal, las hojas analizadas presentan epidermis, estomas y tejidos de sostén propios de un árbol en plena actividad fisiológica. A cada campaña, la copa reverdece y brotan aceitunas que se recogen a mano y se prensan en frío, aunque el aceite resultante no se comercializa. La viabilidad de sus frutos demuestra que la longevidad no implica declive funcional en los olivos, un hallazgo con implicaciones para la biología vegetal y la mejora genética de cultivos.

Patrimonio cultural y científico

El olivo de Vouves es hoy el eje del Museo del Olivo homónimo, inaugurado en 2009, y las ramas podadas han coronado a atletas olímpicos modernos, un guiño a la continuidad entre la Antigüedad y nuestro presente. Su resistencia frente a milenios de sequías, plagas y transformaciones humanas lo erige en símbolo de identidad mediterránea y esperanza para la conservación vegetal en un planeta acosado por el cambio climático.

Claves que desvela un coloso verde

La investigación subraya que la plasticidad estructural (esas cavidades que aligeran el tronco y facilitan la renovación de la madera) es fundamental para explicar la supervivencia del olivo. Además, revela cómo las técnicas de imagen no invasivas permiten descifrar el pasado de árboles sin dañar su integridad. Conocer en detalle la biología de ejemplares monumentales como este no solo satisface la curiosidad histórica, sino que abre caminos para entender los mecanismos de longevidad en las plantas y diseñar estrategias eficaces de preservación de la biodiversidad.

En definitiva, el olivo de Vouves no es un fósil viviente condenado a la contemplación pasiva: es un organismo plenamente activo que resume, en su corteza y en sus aceitunas, la memoria y el futuro de todo un ecosistema. Mientras su copa continúe verdeando cada primavera, seguirá recordándonos que en el reino vegetal el tiempo se mide con otra cadencia y que, a veces, la vida escribe sus epopeyas con savia en lugar de tinta.

Deja un comentario