Científicos logran revivir una planta de la Edad de Hielo tras casi 32 mil años congelada

Semillas halladas en una madriguera bajo el permafrost siberiano devuelven la vida a la Silene stenophylla, récord absoluto de resurrección vegetal.

Hace poco, un grupo de investigadores rusos logró justo eso al despertar una planta que llevaba congelada desde la Edad de Hielo. Mientras leía el estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, no pude evitar preguntarme: ¿cuántos secretos más guarda el permafrost de Siberia?

¿Por qué esta planta extinta desafía nuestro calendario evolutivo?

Recuerdo mi sorpresa al descubrir que la Silene stenophylla supera, y por mucho, al que creíamos el récord de resurrección botánica: la palmera datilera de “apenas” dos mil años. Aquí hablamos de 31.800 años certificados mediante datación por radiocarbono. Es casi como si una voz lejana del Pleistoceno nos susurrara desde una madriguera de ardilla, a 38 metros bajo tierra, en pleno río Kolymá.

Cómo un “almacén” de ardilla salvó las semillas

Me fascina la imagen: aquel roedor ártico, sin saberlo, guardó sus provisiones en un freezer natural perfecto. El hielo permanente encapsuló frutos y semillas, congelando un instante de la prehistoria para nosotros. Millenials, centennials… y ahora plantas “pleistocénnials” que despiertan de su letargo.

Del fracaso al éxito: ¿qué hizo el equipo cuando las semillas no germinaron?

Aquí llegó el momento de la creatividad científica. Al ver que la germinación directa fracasaba, los expertos extrajeron tejido placentario y recurrieron al cultivo in vitro. Resultado: 36 clones genéticamente idénticos que florecieron con blancura impecable, alcanzando una tasa de germinación del 100 %. Personalmente, la revelación más sorprendente fue su plena fertilidad; no solo revivieron, sino que también dieron a luz a una nueva generación.

¿Qué nos dicen los pétalos más largos sobre la “edad” de una flor?

Si te detienes a observar estas flores, notarás algo curioso: pétalos más largos y separaciones distintas respecto a sus parientes modernos. ¿Acaso estamos frente a un fenotipo perdido, afinado para los fríos extremos del Pleistoceno? Todavía no hay certezas, pero la hipótesis de adaptaciones glaciales abre una puerta fascinante a la evolución que creíamos enterrada.

Reflexión final: ¿es ético resucitar especies antiguas?

Mientras pienso en esos tallos que volvieron a respirar, me pregunto si estamos preparados para las implicaciones ecológicas de “jugar” con el pasado. ¿Y si ciertas adaptaciones chocan con los ecosistemas actuales? Por otro lado, la oportunidad de estudiar genes olvidados podría ayudarnos a cultivar plantas más resistentes al cambio climático.

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