Científicos descubren en una playa remota la pista inesperada detrás de la caída del Imperio Romano

Unas rocas “forasteras” de granito y serpentinita, varadas en una playa de Breiðavík (oeste de Islandia), revelan que enormes bloques de hielo procedentes de Groenlandia cruzaron el estrecho de Dinamarca tras las erupciones volcánicas del 536 d. C., desencadenando un enfriamiento que sacudió al Imperio Romano tardío.

A simple vista, los cantos rodados pasan desapercibidos entre la arena oscura. Sin embargo, el equipo dirigido por Christopher Spencer, de la Queen’s University, ha demostrado con microscopía y dataciones U-Pb de circón que las piedras viajaron 1.300 kilómetros incrustadas en icebergs durante la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía (536-660 d. C.). Aquella cadena de inviernos volcánicos, provocada por colosales explosiones en 536, 540 y 547 d. C., redujo hasta 3 °F las temperaturas estivales del Atlántico Norte, acortó las cosechas y desencadenó hambrunas desde Escandinavia hasta el Mediterráneo oriental.

Piedras fuera de lugar que delatan un mar helado

Las muestras proceden de una terraza costera situada dos metros por encima del nivel actual de pleamar, un banco formado cuando la isla se elevó tras el retroceso glaciar. El análisis de circón reveló edades de 2.800, 1.150, 500 y 240 millones de años, una combinación que solo coincide con la corteza del Cratón del Atlántico Norte de Groenlandia.

Su forma redondeada indica un transporte prolongado dentro del hielo, no a la deriva como sedimento suelto. De ahí la conclusión: es la primera evidencia física de que los icebergs groenlandeses alcanzaron Islandia en el siglo VII.

Un Atlántico más frío y un puente de hielo de ida y vuelta

Modelos paleoclimáticos muestran que un giro subpolar reforzado desvió las corrientes hacia el sur justo en ese periodo. Bajar un grado Fahrenheit la temperatura superficial del mar alarga en 320 kilómetros la supervivencia de un iceberg, lo suficiente para transportar rocas erráticas hasta las costas islandesas. El episodio coincide con el evento Bond 1, un pulso de “basura” glaciar registrado en los sedimentos del Atlántico Norte y ahora confirmado en tierra firme gracias a estos guijarros.

Del hielo ártico al colapso mediterráneo

Mientras los glaciares flotantes avanzaban hacia Islandia, el Mediterráneo sufría un recorte drástico en las cosechas. Los registros fiscales demuestran que Egipto envió menos grano a Roma tras 536 d. C.; los anillos de los árboles sitúan los veranos alpinos de 536-660 d. C. como los más fríos de los últimos dos milenios. Tom Gernon, de la Universidad de Southampton, recuerda que la plaga de Justiniano se propagó en 541 d. C. sobre una población ya debilitada por la escasez. El clima no derribó el Imperio Romano por sí solo, pero añadió un peso que el sistema, tensionado por guerras y pestes, no pudo soportar.

Los veranos más cortos redujeron los rendimientos agrícolas y el tamaño del ganado, erosionaron la recaudación y la capacidad logística de Roma. Al mismo tiempo, pueblos hunos y godos, en busca de pastos, presionaron las fronteras meridionales. La guerra devastó infraestructuras, profundizó la hambruna y amplificó las enfermedades en un círculo de retroalimentación letal.

Lecciones de un pasado helado

Hoy, los satélites aún detectan “ríos” de hielo a la deriva tras grandes erupciones. Comprender la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía ayuda a anticipar cómo futuros inviernos volcánicos o descargas de deshielo polar pueden alterar cadenas de suministro y rutas migratorias. Las rocas de Breiðavík, silenciosas y firmes, recuerdan que el océano puede convertirse en autopista de hielo cuando la atmósfera se oscurece y que, a veces, un puñado de grados basta para reescribir la historia.

El estudio se ha publicado en la revista Geology.

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