El universo podría ser un videojuego, según el matemático Marcus Du Sautoy

Si el universo fuera realmente un videojuego, ¿quién diseñó el tablero, en qué momento pulsó el botón de inicio y con qué objetivo lo hizo? Marcus Du Sautoy, profesor de la Universidad de Oxford, acaba de reunir en un extenso artículo las pistas que nos ofrecen matemáticos, físicos y filósofos para responder a esas preguntas. El autor parte de la idea, tan antigua como la ciencia moderna, de que todo lo que existe obedece a un reglamento tan firme como invisible, y apunta que comprenderlo equivale a descubrir “las instrucciones del juego”.

De Leibniz a Feynman: una tradición lúdica

La metáfora no es nueva. En el siglo XVII, Gottfried Wilhelm Leibniz ya veía el cosmos como un tablero donde ejercitar la razón. Dos siglos y medio más tarde, Richard Feynman comparó la realidad con una inmensa partida de ajedrez disputada por los dioses: nosotros observamos las piezas, dijo, pero ignoramos las reglas. A esa tradición se suma ahora Du Sautoy, que se pregunta por la naturaleza de esas normas y por el papel que jugamos los seres humanos dentro del sistema. Para acercarse a la respuesta, el matemático recuerda que todo juego se define por sus reglas; allí reside su encanto, su dificultad y su imprevisibilidad. El universo no escapa a esa lógica. Durante años la mecánica newtoniana pareció agotarle cualquier sorpresa, como ocurre con un “cuatro en raya” resuelto para siempre, pero la física cuántica y la teoría del caos devolvieron la incertidumbre necesaria para mantener vivo el interés de la partida.

Incertidumbre, libertad y el Juego de la Vida

Du Sautoy recurre además a la tipología de Roger Caillois, quien en 1958 enumeró cinco rasgos esenciales de cualquier juego: incertidumbre, improductividad, separación, imaginación y libertad. Cuando esos rasgos se aplican al cosmos, dice el profesor de Oxford, acontece algo revelador. La incertidumbre reaparece en cada salto cuántico; la improductividad se refleja en la aparente falta de propósito del universo, que “simplemente es”; la separación se percibe en un tiempo y un espacio propios que comienzan con el Big Bang y terminarán cuando la energía se agote; la imaginación se materializa en la posibilidad de múltiples realidades paralelas; y la libertad conecta con el libre albedrío que percibimos los jugadores conscientes.

Pero, ¿quién diseñó este juego? La cuestión remite a otro clásico de la divulgación: el Juego de la Vida que John Conway popularizó en 1970. Aquel autómata celular, capaz de generar patrones complejos a partir de reglas sencillas, demostraba que un sistema puede autoorganizarse sin intervención externa una vez fijadas sus condiciones iniciales. Para Du Sautoy, el paralelismo es evidente: basta con un conjunto de normas simples, equilibrio entre azar y estrategia, para que surja la diversidad que hoy contemplamos.

“Nuestra gran suerte”, concluye el matemático, “es participar en un sistema que combina simplicidad y complejidad, riesgo y belleza, de forma tan ajustada que convierte cada instante en una jugada irrepetible”. Descifrar esas normas no significa terminar la partida; significa, al contrario, saborear un desafío que, como todo buen juego infinito, se prolonga mientras existan jugadores dispuestos a mover ficha.

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