El renacer de Ponto, la placa tectónica que cubrió una cuarta parte del Pacífico

Hace unos días, un equipo internacional liderado por Suzanna van de Lagemaat y supervisado por Douwe van Hinsbergen, ambos de la Universidad de Utrecht, anunció en la revista Gondwana Research la recuperación de Ponto, una placa tectónica de 24 millones de kilómetros cuadrados que yacía sepultada entre Japón y Nueva Zelanda. Con datos sísmicos, firmas paleomagnéticas y un meticuloso trabajo de campo en Asia y Oceanía, los investigadores resolvieron un misterio escrito en las profundidades desde hace 160 millones de años.

Una pista en las ondas sísmicas

Las ondas sísmicas que atraviesan el manto terrestre no viajan a velocidad constante. Cuando topan con fragmentos de corteza hundida, se desvían y dejan rastros medibles en sismógrafos repartidos por el Pacífico occidental. Esas anomalías, observadas por primera vez hace once años, apuntaban a una masa subducida mucho mayor que cualquiera de las placas registradas. Con el tiempo, las mismas señales se vieron de Japón a Nueva Zelanda, reforzando la sospecha de que lo que se hundía no era un retazo aislado, sino los restos de una placa completa.


La confirmación llegó cuando el equipo halló rocas marinas en el norte de Borneo cuya orientación magnética revelaba que se formaron miles de kilómetros al norte de donde están hoy. Aquellas rocas no podían encajar en la historia de las microplacas conocidas. Al invertir la posición de cada fragmento y cruzarla con modelos sísmicos de alta resolución, Van de Lagemaat reconstruyó un sistema de límites coherente que unía la orogenia japonesa con los arcos insulares del suroeste del Pacífico. Esa cinta tectónica, hoy convertida en cicatriz, funcionó durante más de 150 millones de años como un engranaje que movía y deformaba el borde occidental del Pacífico.

De 24 millones de kilómetros cuadrados al olvido

En el Jurásico, Ponto ocupaba cerca del veinticinco por ciento del Pacífico. Al avanzar la subducción, la placa engulló parte de su propia corteza y, finalmente, se deslizó bajo las placas vecinas. El proceso borró casi todo rastro visible, salvo pequeños fragmentos expuestos en Palawan, el mar de China Meridional y Borneo. Esos islotes de corteza oceánica elevada, llamados ofiolitas, conservan la huella de un fondo marino que desapareció sin dejar “continentes testigo”, algo imposible de reproducir en la litósfera continental, mucho más longeva.

Lo que Ponto revela sobre el motor del Pacífico

La reconstrucción de Utrecht transforma la visión clásica de Filipinas, considerada durante décadas un laberinto de microplacas independientes. El nuevo modelo sostiene que la región es testimonio directo de un único sistema tectónico que, al colapsar, pudo desencadenar la Curva Hawái-Emperador, el giro brusco en la deriva de la placa del Pacífico datado hace 50 millones de años. Según los autores, el hundimiento de Ponto generó un “arrastre” en el manto que desvió la trayectoria de la placa más grande del planeta, reconfigurando volcanes, dorsales y cuencas alejadas miles de kilómetros.

Un mapa para el futuro de la geología

Al ubicar cada fragmento hundido a la profundidad que ocupa hoy en el manto, los científicos han trazado un mapa tridimensional que servirá de guía para estudiar la circulación interna de la Tierra, los climas del pasado y la distribución de metales estratégicos ligados a cinturones montañosos. Los últimos vestigios identificables de Ponto datan de hace 20 millones de años, cuando sus bordes fueron consumidos por completo. Con su desaparición, la corteza oceánica dejó una lección rotunda: la vida tectónica no se limita a los continentes que pisamos; bajo nuestros pies, las placas oceánicas nacen y mueren sin dejar memoria a simple vista, aunque sus efectos resuenen en montañas, sismos y cambios globales de la litosfera.

Van de Lagemaat defenderá pronto esta reconstrucción en su tesis doctoral. Con Ponto colocado por fin en el rompecabezas, los geólogos disponen de un testigo excepcional para entender la evolución del Pacífico y recordar que incluso las placas perdidas siguen hablando desde las profundidades.

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