Los perros de trineo de Ontario tardaron un día en reajustar su rutina tras el último cambio al horario de invierno, mientras que sus congéneres domésticos siguieron durmiendo plácidamente. Un equipo de la Universidad de Toronto ha medido por primera vez, con collares acelerómetros, cómo el adelanto o retraso del reloj afecta al reloj biológico canino.
La investigación, dirigida por Lavania Nagendran, se centró en dos grupos de animales con estilos de vida opuestos. Por un lado, treinta perros que tiran de trineos en rutas regulares al amanecer; por otro, veintidós compañeros de sofá cuyas jornadas dependen de la disponibilidad de sus dueños.
El pasado octubre, al atrasar los relojes sesenta minutos, los cuidadores llegaron “tarde” a las perreras de trabajo y la sorpresa fue inmediata: los canes comenzaron a moverse exactamente una hora antes de lo previsto, buscando comida y actividad. Doce horas más tarde, ya se habían recolocado en su antiguo patrón.
En las casas particulares, Ming Fei Li, codirector del proyecto, esperaba encontrar quejas similares a las que relatan muchos propietarios (“mi perro se despierta a horas intempestivas”). Sin embargo, los datos contradijeron la anécdota: los animales mantuvieron su periodo de descanso sin sobresaltos, quizá porque su agenda diaria es, de por sí, más flexible.
Un reloj que late al compás de la rutina
Los autores sugieren que la clave está en la consistencia horaria. Los perros de trabajo asocian el alba con tareas físicas y reforzadores claros, comida, estímulos sociales y ejercicio; cuando la luz aparece, el reloj interno anticipa la llegada del cuidador.
En cambio, las mascotas urbanas reciben sus señales temporales de múltiples fuentes: la apertura de una puerta, el olor del café o el sonido del televisor. Esa variedad de pistas hace que un simple ajuste de manecillas pase casi inadvertido.
Consejos para el próximo cambio de hora
Para guías y mushers, es recomendable adelantar o retrasar la rutina en tramos de quince minutos durante los cuatro días previos al cambio oficial. De este modo, el perro ajusta gradualmente sus oscilaciones de cortisol y melatonina, y evita el pico de excitación matinal.
Las familias, en la mayoría de los casos, solo necesitarán mantener constante la hora de la comida: esa señal basta para que la mascota reconozca que “el día sigue igual”.
¿Y los lobos?
La pregunta que flota sobre el proyecto es cómo reaccionarían los lobos, aún ajenos a los husos horarios humanos. Nagendran y Li planean repetir el protocolo con canes semisalvajes para determinar si la domesticación ha afinado la plasticidad circadiana.
Entender esa diferencia ayudará a reconstruir la evolución del vínculo hombre‑perro y, de paso, a diseñar mejores estrategias de manejo en refugios, policías o unidades de rescate caninas.
Más allá de la anécdota
Cambiar la hora no es un mero trámite administrativo: en humanos, se asocia a un aumento de accidentes y a un sueño fragmentado que puede prolongarse toda una semana. Los datos de Toronto demuestran que el fenómeno también se deja sentir en otros mamíferos cuando su jornada depende del reloj.
Una hora puede parecer nimia, pero para quienes viven pendientes del siguiente bocado o del próximo entrenamiento, marca la diferencia entre la calma y el desorden.
El estudio principal fue publicado el 29 de enero de 2025 en la revista científica PLOS ONE, y los autores principales fueron Lavania Nagendran y Ming Fei Li.