Un estudio de la arqueóloga Cecilie Brons, publicado en marzo de 2025 en el Oxford Journal of Archaeology, demuestra que las piezas de mármol no solo lucían color, sino que también desprendían fragancias aplicadas como parte de los rituales de culto.
El hallazgo llega para desmontar otro pilar del imaginario popular. La estatuaria griega y romana no era blanca, ni silenciosa, ni inerte. Tras décadas recuperando los pigmentos que cubrieron aquellas superficies, la investigación de Cecilie Brons —conservadora del museo Glyptotek de Copenhague— revela que las esculturas también se ungían con aceites aromáticos.
El trabajo combina análisis físico‑químicos, revisión de inscripciones y testimonios literarios. Así sabemos quién practicaba el ungido (sacerdotes y fieles), dónde (templos de ciudades como Delos o Segesta) y por qué: dotar a la imagen de una presencia sensorial completa, digna de la divinidad representada.
Colores y aromas para los dioses
Hasta ahora el gran debate giraba en torno al color. La exposición Chroma: El color de las esculturas clásicas popularizó la idea de que aquellas piezas estaban cubiertas de rojos, azules y ocres. Brons plantea un paso más: el espectador antiguo no solo “veía” la obra, también la olía.
Pigmentos y perfumes trabajaban juntos para borrar la frontera entre piedra y piel, entre materia y mito.
Textos que huelen a rosa
La evidencia no procede únicamente del laboratorio. Cicerón menciona en sus discursos estatuas “ungere festinanter”, untadas con aceites en días señalados. En Segesta, una inscripción describe cómo la Artemisa local recibía esencias antes de cada festividad lunar.
Y, sobre todo, Delos: las cuentas del santuario atestiguan compras regulares de “aceite aromático de rosa” —perfume de rosas— destinado a las imágenes de Apolo y de su hermana Artemisa. La pista no termina ahí. Las excavaciones han identificado talleres de perfumería a pocos metros del templo, señal de una producción ligada al culto.
Ritos olfativos en Delos
Brons propone que el perfume actuaba como ofrenda renovable. Cada aplicación era un pequeño ritual, tan importante como la libación o el encendido de lámparas. El aceite se extendía con paños de lino o con la mano, impregnando los pliegues del himatión de una diosa o el pecho de un emperador divinizado.
Con el tiempo, esos residuos aromáticos se mezclaban con la película pictórica, creando capas que hoy apenas podemos rastrear.
Un reto para la conservación
La revelación abre una línea de trabajo inédita. Si los colores se han identificado gracias a la espectroscopia, ¿podremos detectar restos de aceites esenciales tras dos milenios? El equipo de Glyptotek explora técnicas de cromatografía de gases y microtomas láser para atrapar moléculas atrapadas en microporos del mármol.
El objetivo no es perfumar de nuevo las salas de los museos, sino reconstruir la experiencia sensorial antigua con el máximo rigor.
Una obra de arte multisensorial
Más allá de los detalles técnicos, el estudio obliga a replantear nuestra relación con el arte clásico. Contemplar una estatua en el siglo I era un acto visual, táctil y olfativo, un encuentro inmersivo con la divinidad.
Al recuperar aquella triada —color, forma y olor— la arqueología devuelve a los dioses antiguos su carne cromática y su halo fragante. Y confirma que, incluso en mármol, la Antigüedad nunca fue blanca ni silenciosa: fue un mundo que también olía a rosas.
El estudio principal, The Scent of Ancient Greco-Roman Sculpture, se publicó el 3 de marzo de 2025 en la revista científica Oxford Journal of Archaeology y su autora es la arqueóloga danesa Cecilie Brons.