Un análisis químico de calizas italianas revela que hasta el 8 % del lecho marino global perdió oxígeno hace 183 millones de años, un escenario que sirve de advertencia sobre el impacto de las emisiones de CO₂ actuales.
El 24 de junio de 2024, un equipo liderado por la Universidad George Mason y Caltech presentó en Proceedings of the National Academy of Sciences la radiografía más completa del Evento Anóxico Oceánico Toarciense (T‑OAE), la crisis ambiental que barrió los mares durante el Jurásico temprano.
La investigación, basada en 30 muestras de piedra caliza extraídas de una antigua cantera de Mercato San Severino (Italia), detalla qué ocurrió (una expansión sin precedentes de aguas sin oxígeno), quién lo desentraña (geoquímicos de EE. UU.), cuándo sucedió (hace 183 millones de años), dónde quedan sus huellas (en el sur de Italia) y, sobre todo, por qué y cómo un aluvión de CO₂ volcánico alteró para siempre la química oceánica.
Un viaje a la cantera que guarda las cicatrices del desastre
A simple vista, la pared de roca muestra una sucesión de bandas grisáceas. Sin embargo, cada lámina de carbonato funciona como una instantánea del antiguo lecho marino.
«Se pueden ver multitud de fósiles bajo los estratos pre‑T‑OAE y, de repente, desaparecen», apunta François Tissot, coautor del estudio. Esa ausencia súbita retrata la extinción masiva propiciada por la asfixia de los océanos.
Uranio: el mensajero isotópico del pasado
El secreto reside en la proporción de isótopos de uranio atrapados en la roca. Cuando el agua contiene oxígeno, el uranio permanece disuelto; si el oxígeno escasea, se precipita al fondo y se fija al sedimento. Con un modelo geoquímico de última generación, el equipo constató que, en el momento álgido del T‑OAE, la cobertura de sedimentos anóxicos fue 28–38 veces mayor que la actual: entre un 6 % y un 8 % del suelo oceánico frente al 0,2 % de hoy, comparable al mar Negro moderno.
La causa fue una inyección colosal de 20.500 gigatoneladas de CO₂ procedentes de megavolcanes sudafricanos, liberada a lo largo de 300.000–500.000 años. Para poner el dato en perspectiva, la actividad humana desde la Revolución Industrial ya ha emitido un 12 % de esa cantidad en tan solo dos siglos.
Un espejo incómodo para el clima del siglo XXI
La lección jurásica es clara. Si las emisiones continúan al ritmo actual, la química oceánica se dirige hacia un escenario análogo, con zonas muertas en expansión y cadenas tróficas al límite. Los autores advierten de que la velocidad del cambio contemporáneo —mil veces más rápida— empeora el pronóstico: la vida marina dispone de mucho menos tiempo para adaptarse.
La investigación, titulada «Carbonate uranium isotopes record global expansion of marine anoxia during the Toarcian Oceanic Anoxic Event», ofrece una nueva referencia para afinar los modelos climáticos y subraya la urgencia de frenar el CO₂. Porque, como recuerdan los estratos de Mercato San Severino, lo que ayer tardó milenios en gestarse hoy podría ocurrir en unas pocas generaciones.