Un reanálisis de los datos de Magallanes revela que al menos 52 de las 75 grandes coronas del planeta siguen deformándose hoy, signo de un interior inquieto.
¿Qué ha pasado, quién lo cuenta, cuándo, dónde y por qué importa? Un equipo dirigido por Gael Cascioli, investigador de la Universidad de Maryland, Baltimore County (UMBC) y del Centro de Vuelos Espaciales Goddard, ha reexaminado los mapas de radar y gravedad que la sonda Magallanes obtuvo entre 1990 y 1994. Sus conclusiones, publicadas el 14 de mayo de 2025 en Science Advances, demuestran que Venus aún retumba, se agrieta y respira bajo sus nubes sulfurosas. El hallazgo pulveriza la imagen de un planeta geológicamente fosilizado y ofrece un espejo de la Tierra primitiva.
Venus sigue remodelándose
De las 75 coronas circulares gigantes identificadas, 52 descansan sobre plumas calientes del manto que empujan y tiran de la corteza en tiempo real. Esas cifras, detalladas en un reciente comunicado del JPL, confirman que el vulcanismo y la deformación litosférica son la norma, no la excepción. Aunque Venus carece de placas móviles como la Tierra, el calor interno —sin escapatoria eficiente— hace que la superficie se eleve, se expanda y se derrumbe en un ciclo perpetuo.
Las coronas, ventanas a las fuerzas ocultas
Una corona puede abarcar cientos de kilómetros y aparece rodeada de fracturas concéntricas que delatan el ascenso de magma. La Universidad de Berna subraya que la diversidad de estas estructuras refleja «procesos activos continuos» capaces de imitar, en miniatura, la subducción terrestre. Los modelos gravitatorios revelan manchas cálidas y de baja densidad bajo las coronas más vivas, ollas a fuego lento que flexionan la corteza y, a veces, vierten lava fresca en la superficie.
En 2023 se comprobó que un conducto volcánico cercano al Maat Mons duplicó su tamaño en solo ocho meses; en 2024 aparecieron lavas nuevas en Sif Mons y Niobe Planitia. Sin agua que lubrique las grietas, el magma venusiano rezuma y forma escudos extensos en lugar de conos explosivos. No obstante, las coronas impulsadas por plumas reciclan corteza, redistribuyen material e imitan a las protoplacas que pudieron regir la Tierra antes de la tectónica moderna.
Una mirada a la Tierra primitiva
Si tales plumas salpicaron el joven planeta azul, habrían sido el primer motor de reciclaje de la corteza y la atmósfera. Estudiar su análogo venusiano es viajar atrás en el tiempo. La actividad geológica mantiene viva la atmósfera expulsando gases; comprender cómo Venus pasó de posible mundo templado a infierno abrasador puede iluminar la evolución climática terrestre.
Misiones futuras listas para dar respuestas
La NASA lanzará VERITAS —no antes de 2031— con un radar de apertura sintética seis veces más nítido que el de Magallanes, capaz de cartografiar flujos de lava de pocos metros y medir la flexión de la corteza en tiempo real. A finales de la década, la ESA enviará EnVision, que rebotará ondas de radio para detectar la rugosidad milimétrica de la superficie. Juntas convertirán a Venus en un laboratorio del cambio planetario, dispuesto a desvelar cómo dos gemelos cósmicos tomaron caminos tan distintos.
El planeta «gemelo» es caliente, aplastante y tóxico, pero se niega a quedarse quieto. Cada nueva línea de evidencia refuerza la certeza de que Venus está muy vivo bajo su mortífera cubierta de nubes.