La etiqueta persona altamente sensible (PAS) describe a cerca de una quinta parte de la población cuya mente procesa cada estímulo con una profundidad y una intensidad poco comunes.
Sentir la luz como un fogonazo, percibir el estado de ánimo ajeno antes incluso de que se verbalice, emocionarse hasta las lágrimas con un acorde perfecto: eso es lo cotidiano para quienes, desde que la psicóloga estadounidense Elaine Aron popularizó el concepto en 1996, se identifican como personas altamente sensibles. Hoy, más de veinte años después, la comunidad científica debate todavía si se trata de un simple rasgo de personalidad o de una condición con raíces biológicas diferenciadas. Lo cierto es que su modo de experimentar el mundo, lejos de ser una rareza marginal, podría alcanzar al 20 % de la población mundial.
El acrónimo PSES y su mapa cerebral
El cerebro de estas personas muestra, según estudios de neuroimagen, una actividad singular en regiones como la ínsula y el sistema de neuronas espejo. Esa “hiperconectividad” explica por qué procesan la información con más detenimiento, se sobreestimulan con facilidad, poseen una empatía desbordante y captan detalles imperceptibles para otros. El acrónimo PSES (profundidad de procesamiento, sobreestimulación, emocionalidad y empatía, sensibilidad a las sutilezas) resume los cuatro pilares del perfil trazado por Aron.
Profundidad de procesamiento
La primera pieza, la profundidad analítica, puede ser un arma de doble filo. Quien la posee dispone de una mirada minuciosa que enriquece cualquier decisión, aunque corre el riesgo de quedarse atrapado en un bucle de reflexión constante.
Sobreestimulación
Este segundo rasgo nace de recibir sin filtros cada luz, cada ruido, cada emoción. Cuando el entorno aprieta, el cansancio mental se dispara y con él la posibilidad de ansiedad o depresión. La clave es aprender a regular ese torrente sensorial para que no se convierta en carga.
Emocionalidad y empatía
La fuerte emocionalidad ligada a una empatía casi instantánea convierte a muchas PAS en pilares de su comunidad: escuchan, consuelan, intuyen necesidades ocultas. En trabajos creativos, educativos o sanitarios suelen desplegar todo su potencial.
Sensibilidad a las sutilezas
El ingrediente final les permite detectar cambios ínfimos en el ambiente o en la expresión facial de un interlocutor. Ese radar interno, bien gestionado, se traduce en resiliencia y capacidad innovadora.
¿Rasgo innato o aprendido?
¿Se nace con esta cualidad o se forja en la infancia? Aron defiende la herencia genética, mientras que otros especialistas subrayan el peso de las experiencias tempranas. Sea cual sea el origen, la alta sensibilidad no es un trastorno, insisten los expertos, sino una variante dentro de la normalidad humana. Sin embargo, la falta de reconocimiento oficial mantiene el término aún fuera de los manuales diagnósticos.
Cuando la intensidad duele
Cuando la intensidad se vuelve dolor, la terapia resulta especialmente eficaz, porque estas personas están acostumbradas a bucear en sus emociones. Técnicas de regulación como la inteligencia emocional, el mindfulness o el EMDR les ayudan a transformar la vulnerabilidad en fortaleza. Entender el rasgo, aceptarlo y cuidarlo es el paso decisivo para que la PAS convierta su sensibilidad en una aliada.
Equilibrio y potencial creativo
El verdadero desafío yace en el equilibrio: ni idealizar la sensibilidad como un don sobrenatural ni relegarla a etiqueta de fragilidad. Quienes la poseen, y quienes conviven con ellas, ganan cuando se reconoce que sentir más no significa sentirse peor, sino sentir distinto. Y en esa diferencia late una valiosa fuente de creatividad, conexión y comprensión.