Científicos descubren que las patatas son híbridos surgidos de tomates prehistóricos

Un análisis genómico fechado el 31 de julio confirma que el tubérculo que hoy sustenta a millones de personas nació en los Andes hace 9 millones de años, fruto de un singular cruce entre un antepasado del tomate y una planta de papa sin tubérculos.

La pregunta de qué son realmente las patatas, quién las originó, cuándo y dónde ocurrió ese momento fundacional, por qué se formaron los tubérculos y cómo acabaron conquistando el planeta acaba de recibir una respuesta contundente. Un equipo internacional de investigadores ha rastreado el ADN de decenas de variedades cultivadas y de sus parientes silvestres y ha encontrado la misma pista en todas ellas: la mitad de su información genética procede de un linaje próximo al tomate y la otra mitad de Solanum etuberosum, una especie andina incapaz de engrosar sus tallos subterráneos. Ese patrón genético idéntico indica que la papa moderna nació de un único híbrido, surgido en plena cordillera andina hace unos 9 millones de años.

Dos genes clave para el tubérculo

Hasta ahora se pensaba que tomate y patata eran simples primos lejanos dentro de la gran familia de las solanáceas. El nuevo trabajo demuestra que, en realidad, ambos progenitores acabaron fusionándose en un mismo genoma. “Al crear esa descendencia híbrida, varias familias de genes se unieron e interactuaron para permitir la creación de tubérculos”, afirma Sandra Knapp, botánica del Museo de Historia Natural de Londres. Su grupo ha identificado el gen SP6A, heredado del tomate, como el interruptor que desencadena la formación de tubérculos, y el gen IT1, procedente de S. etuberosum, como la pieza que modela los tallos engrosados bajo tierra. Cuando falta IT1, los tubérculos apenas crecen; sin SP6A sencillamente no llegan a formarse.

Debate sobre la aparición del tubérculo

No todos los especialistas creen que la historia esté completa. “En este artículo no se explica completamente cómo la conjunción de estos genes dio lugar a que las patatas se convirtieran en patatas”, señala la fitobióloga Salomé Prat, del Centro de Investigación en Agrigenómica de Barcelona. Demostrar la herencia híbrida no basta para probar que los tubérculos aparecieron de inmediato, advierte, y recuerda que el proceso evolutivo fue probablemente más enrevesado.

Una ventaja evolutiva decisiva

Lo que sí queda claro es la ventaja que otorgó aquel órgano nuevo y cargado de almidón. Un tubérculo puede rebrotar sin semillas, almacenar agua y nutrientes y sobrevivir a estaciones adversas. Esa resiliencia brindó al joven linaje el tiempo suficiente para recuperar la fertilidad sexual y diversificarse justo cuando los Andes seguían elevándose, entre hace 6 y 10 millones de años. Gracias a la mezcla de genes, la nueva planta resistía tanto al frío como a la sequedad, combinando lo mejor de dos mundos: el gusto del tomate por los ambientes cálidos y las dotes de S. etuberosum para climas húmedos.

De los Andes al mundo

De las 180 especies silvestres resultantes, la mayoría siguen siendo amargas o tóxicas. Sin embargo, hace unos 20.000 años los pueblos andinos identificaron una variante sabrosa y, tras generaciones de selección, obtuvieron cientos de cultivares. Los marineros españoles llevaron varias de esas variedades a Europa en el siglo XVI, y la patata inició su expansión global como alimento básico.

Recuperar la diversidad perdida

Las mejoras agrícolas contemporáneas, centradas en el alto rendimiento y la resistencia a patógenos, han estrechado sin querer el abanico genético de las patatas comerciales, haciéndolas más vulnerables al calor extremo, a las inundaciones y a otras amenazas climáticas. El mapa detallado de sus orígenes abre ahora la puerta a reintroducir genes perdidos, bien mediante cruzamientos tradicionales, bien con ingeniería genética, para desarrollar variedades más robustas y adaptables. La historia, por tanto, no termina en aquel antiguo híbrido andino; apenas acaba de comenzar una nueva fase de cultivo consciente y dirigido.

Deja un comentario