Una grieta de 56 kilómetros anticipa la escisión del continente mientras, a 700 km bajo tierra, un depósito de agua escondido reescribe el ciclo hídrico del planeta.
La Tierra se mueve, siempre lo ha hecho, pero pocas veces se deja observar su transformación con tanta claridad. Desde 2005, una fractura de 56 kilómetros recorre el árido desierto de Etiopía y anuncia, en tiempo real, el nacimiento de un océano entre las placas Somalí y Nubia. Los geólogos calculan que la separación total llegará dentro de cinco a diez millones de años, cuando el mar Rojo y el golfo de Adén irrumpan en el valle y conviertan África Oriental en un nuevo archipiélago.
El fenómeno replica, a cámara lenta, el proceso que hace más de cien millones de años dio origen al Atlántico, cuando Sudamérica se desgajó de África. Hoy, la región ya acusa la tensión: terremotos, erupciones volcánicas y deformaciones del terreno recuerdan a la población local que el suelo bajo sus pies se estira sin descanso. La futura masa de agua no solo redibujará los mapas; también alterará el clima regional y abrirá nichos para especies marinas aún inimaginables.
Un “mar” atrapado bajo el manto terrestre
Mientras la superficie avanza, el subsuelo revela un hallazgo igual de asombroso. Un equipo internacional ha señalado la existencia de un “mar” atrapado a 700 kilómetros de profundidad, almacenado en la estructura cristalina de la ringwoodita. La cantidad sería tan grande que superaría el volumen de todos los océanos actuales juntos. De confirmarse, la teoría que atribuía el origen del agua terrestre a impactos de cometas y asteroides perdería fuerza: buena parte del recurso habría surgido del interior del propio planeta.
El descubrimiento obliga a revisar cómo circula el agua entre el manto y la superficie, y qué papel desempeña en la generación de terremotos, volcanes y movimiento de placas. También invita a replantear la velocidad a la que se renueva el océano superficial y la influencia que esa humedad profunda puede ejercer sobre la dinámica climática a escalas de millones de años.
Dos procesos, uno visible desde el espacio y otro oculto bajo un manto inaccesible, que convergen en una misma conclusión: la Tierra es un sistema vivo y en constante cambio. Las fuerzas que hoy deforman África Oriental y guardan agua en las profundidades determinarán, tarde o temprano, el aspecto del planeta que heredarán las generaciones futuras.