Fósiles excepcionalmente conservados en Solnhofen revelan que ejemplares jóvenes de Tharsis se atragantaron con belemnites flotantes, un suceso que ilumina las redes tróficas pretéritas y recuerda los riesgos que aún acechan a la fauna marina actual.
El hallazgo, descrito por Martin Ebert y Martina Kölbl‑Ebert en Scientific Reports, reúne las cinco W en una sola escena fosilizada: qué sucedió, quiénes fueron las víctimas, cuándo y dónde ocurrió y, sobre todo, por qué acabó en tragedia. Hace unos 150 millones de años, en las aguas poco profundas del antiguo archipiélago de Solnhofen (la actual Baviera), varios peces del género Tharsis intentaron devorar restos flotantes de calamares extintos llamados belemnites.
El rostrum puntiagudo de estos cefalópodos se les encajó entre la boca y las branquias, impidiendo el paso del agua y provocando la asfixia. La preservación casi instantánea en los lodos anóxicos de la laguna selló la escena para la posteridad.
Una tumba líquida y sin oxígeno
La cuenca de Eichstätt‑Solnhofen es célebre por su caliza litográfica, una roca que actúa como una cámara fotográfica del pasado. La elevada salinidad y la falta de oxígeno en el fondo ahuyentaban a los carroñeros y ralentizaban la descomposición. Gracias a esas condiciones, más de 4.200 ejemplares de Tharsis han sido recuperados con un detalle extraordinario.
La mayor parte medía menos de 27 cm y se alimentaba por succión de microfauna planctónica; sin embargo, en al menos cuatro fósiles el pez aparece con la aguja calcárea del belemnite firmemente encajada, prueba inequívoca de una muerte agónica.
La forma que mata
El rostrum del belemnite, afilado en la punta y ensanchado en el centro, funcionó como un tapón: entraba con facilidad, pero no podía retroceder ni atravesar por completo el estrecho canal bucofaríngeo. En uno de los ejemplares se conserva incluso una ostra adherida al extremo ancho, señal de que el calamar ya flotaba en descomposición cuando fue atraído por el pez. Esa bioincrustación, posiblemente cubierta de algas y bacterias, generaba un olor capaz de confundir a un depredador oportunista.
Los autores explican que, una vez superado el primer estrechamiento, resultaba más fácil seguir succionando que invertir la presión negativa y expulsar el objeto. El desenlace era rápido: bloqueo del flujo branquial y colapso respiratorio.
Un espejo para el presente
Aunque la combinación de actores —Tharsis y belemnites— pertenece al Jurásico, el guion resulta inquietantemente moderno. Hoy se sabe que el plástico marino recubierto de biofilm emite señales químicas que engañan a numerosas especies.
La muerte de estos peces jurásicos demuestra que la interpretación errónea de lo que flota puede ser letal, un fenómeno tan antiguo como la vida misma y tan vigente como las playas cubiertas de microplásticos.
Lecciones de una cápsula temporal
La abundancia de Tharsis contrasta con la relativa rareza de los belemnites —apenas 120 rostra en los mismos niveles estratigráficos—, de modo que el encuentro fue estadísticamente improbable. No obstante, la laguna actuó como un gigantesco experimento natural que registró cada error alimenticio en piedra caliza. Saber que bastaron la anatomía de un cefalópodo, el apetito juvenil de un pez y las aguas estancadas de un archipiélago tropical para conservar este drama amplía nuestra perspectiva sobre la fragilidad de los ecosistemas, pasados y presentes.
Porque, como recuerdan los autores, no todo lo que flota se come y la naturaleza, entonces como ahora, rara vez concede segundas oportunidades.