Tengo casi 80 años y mantengo mi cerebro joven gracias a esta sencilla técnica

¿Puede un cerebro de 78 años sentirse tan despierto como uno de veinte? Anthony Fredericks nos cuenta su historia: Yo lo compruebo cada día: he publicado 175 libros que van de la biología marina a Mother Goose, he pasado más de tres décadas enseñando y he asesorado a un centenar de escuelas por toda Norteamérica. Ahora, teóricamente jubilado, sigo escribiendo, dando conferencias y reflexionando en un blog de psicología. ¿Mi auténtico salvavidas mental? Una curiosidad inagotable.

¿Cómo la curiosidad reactiva la química del cerebro?

Sentir el impulso de descubrir algo nuevo agudiza mis sentidos; la ciencia confirma que esa emoción modifica la química cerebral y mantiene la plasticidad que necesitamos para aprender durante la “edad dorada”. Para alimentarla sostengo cuatro hábitos que ya forman parte de mi rutina diaria.

¿Por qué admitir mi ignorancia fortalece mi mente?

Durante mucho tiempo se idolatró el conocimiento como llave del éxito, pero cada vez más investigaciones destacan el poder de reconocer la propia “ignorancia innata”. Cuando acepto lo que no sé, me siento empujado a averiguarlo. Dos veces por semana escojo un tema que desconozco —desde árboles de tronco cuadrado hasta pilotos de la Segunda Guerra Mundial—, dedico diez minutos a investigarlo y apunto tres datos que me sorprenden. Ese breve ejercicio mantiene mis engranajes mentales en marcha.

Cómo el pensamiento divergente mantiene el cerebro flexible

La escuela solía premiar la respuesta correcta y castigaba la respuesta creativa. Tras décadas en educación he comprobado que el pensamiento convergente nos encorseta. Por ello, varias veces a la semana me lanzo un “¿y si…?”: ¿y si pudiera revivir un día de mi vida?, ¿y si pudiera dominar un talento deportivo? Al permitirme respuestas múltiples, mi cerebro explora vías inesperadas y se mantiene elástico.

El asombro: la emoción que despierta nuevas conexiones

Investigadores del Greater Good Science Center de la Universidad de California, Berkeley, sostienen que experimentar asombro dispara la curiosidad y mejora el bienestar. Practico este efecto visitando lugares en los que nunca he estado —a veces basta un parque del barrio o un restaurante nuevo— y dejando que algo me maraville: un mural oculto, una bandada de mariposas, un atardecer irrepetible. Después anoto lo que sentí; esa mirada de principiante refresca mis circuitos neuronales.

Leer fuera de mi especialidad: la dieta variada para la mente

Aunque llevo medio siglo enseñando, mi mesilla rebosa títulos alejados de la pedagogía: estrategias de marketing, paleontología, cultivo de tomates, barcazas británicas… Cada visita a la biblioteca termina con tres libros sobre temas que jamás estudié formalmente, y procuro leer un capítulo al día. Exponerme a ideas ajenas ensancha mi imaginación y mantiene mi mente viva.

La curiosidad no se gasta; cuanto más la ejercitas, más crece. ¿Te animas a probar alguno de estos hábitos que nos cuenta Anthony Fredericks esta semana? Cuéntame qué tema desconocido investigarás o qué lugar logró sorprenderte. Compartir nuestras experiencias es la mejor manera de mantener el cerebro despierto. ¡Te leo!

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