Cuando sonaba el despertador a las 6,20 de la mañana, le daba un manotazo y me volvía a acurrucar. No me quería levantar. Me daba pánico ir a Telemadrid. Allí llegaba, me sentaba ante el ordenador en la sección de Nacional, donde me estrené hace casi 20 años, y esperaba que me encomendaran un trabajo. Pero no ocurría. La mayoría de los días no tenía nada que hacer. Estaba vetada. Tenía su explicación, aunque resultara incomprensible.

"Cuenta conmigo, pero yo no manipulo"
Con la llegada de Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad, comenzó la descomposición de Telemadrid. Contrataron a muchos. Llegaron más cuando José María Aznar perdió las elecciones y sus responsables de prensa se quedaron tirados.  En esa época desembarcó mi nueva jefa.  Había sido persona de confianza del exministro Jaume Matas –condenado a 7 años de prisión-. Le dije “cuenta conmigo para lo que quieras, pero yo no manipulo”. Me gusta dejar las cosas claras desde el principio porque así no hay malentendidos. Por entonces, llevaba ya tiempo sin firmar mis informaciones como protesta por la descarada manipulación que se ejercía a diario en la tele. Trajeron a periodistas contratados de la calle para hacer lo que otros no queríamos. Yo seguía de brazos cruzados soportando largas rachas sin elaborar una noticia. Minutaba ruedas de prensa infumables que sabían perfectamente que no iban a salir en los Telenoticias. Así me tenían ocupada y no podía quejarme.

Lo que se imponía en Telemadrid no era periodismo aunque lo vendían como tal. Mi jefa se pasaba todo el día yendo de su mesa al despacho del director de informativos. Desde allí se traía las piezas hechas antes de que se produjera la noticia. Después se limitaba a transmitir las órdenes. Había que hacer vídeos contra Zapatero, contra los jueces del 11-M, contra Gallardón e incluso en contra de Rajoy cuando se enfrentaba con la “lideresa”. Se lo decía bajito, casi en un susurro, al redactor de turno para que no se notara mucho. Muchos ojos lo han visto. No sólo los míos. Era el nuevo modelo de trabajo que se instauraba en la tele. Un “periodismo” sin fuentes, sin coberturas, sin contrastar noticias; sólo al servicio del PP.

Cuando Telemadrid era una tele de todos...
Cuando la gente que manipulaba se iba de vacaciones, los Telenoticias seguían y no había más remedio que tirar de los veteranos y entre ellos, de mí. Entonces demostrabas que eras válida, que estabas al 100 por cien para hacer directos, piezas sin apenas tiempo o lo que hiciera falta. Yo respondía como me habían enseñado en la otra Telemadrid.

Muchas veces le dije a mi jefa que me diera trabajo, porque no soportaba estar sin él.  Y le recordaba cómo éramos antes de que ellos llegaran, cuando Telemadrid era una tele de todos. Eran jornadas que empezaban a las 8,00 de la mañana y terminaban de madrugada en la puerta de la Audiencia Nacional con los GAL. Días de irte en una moto a Barajas a coger un avión para el País Vasco porque habían matado a alguien. Los asesinatos de Fernando Buesa, el de Tomás y Valiente, los juicios a etarras…

Crónica judicial, porque ahí no iban a meter mano
Nunca olvidaré las 48 horas en la puerta de la casa de Miguel Ángel Blanco y lo que vino después. El 11-M, las innumerables campañas y coberturas y las noches de elecciones en Cataluña, Madrid, Andalucía. Hice de todo y nunca dije que no porque lo que hacía era periodismo puro.

Así, con esos recuerdos lanzados como balas, aguantaba día tras día el parón. Era duro. Mucho. Mantenía el tipo, pero en cuanto entraba en casa llegaba el derrumbe. Hace unos meses, casi cuando estaba al borde de la desesperación, una subdirectora vino a ofrecerme salir de Nacional e incorporarme a Local para hacer los juicios en la Audiencia Provincial de Madrid. Le dije que sí con la coletilla “pero yo no manipulo”. Eso significaba recuperar la calle con mi micrófono, mi bolígrafo y mi libreta para hacer crónica judicial. Ahí no iban a meter mano, salvo que el asesino o el asesinado tuviera algo que ver con Esperanza Aguirre o Ignacio González. Volví a firmar, quizás porque en el fondo intuía que el final, estaba a la vuelta de la esquina y quería irme como empecé hace casi 20 años.

El motorista con el burofax
Ese final, tantas veces anunciado, llegó el sábado. Lo sabía. Me desvelé temprano. El whatsApp  empezó a pitar antes de las 8.00 de la mañana. Era el aviso de que comenzaban los despidos. Algunos compañeros ya lo tenían. Mi marido se puso a mirar por la ventana del salón para esperar al cartero con el terrible burofax. Yo estaba en la cocina intentando prepararme un café. Lo vio llegar y me dijo “ya está aquí”. Le contesté “vale”. Eran las 9,50. Llamó al telefonillo y le abrí. El hombre me miró con cara de decirme “bueno ya sabes a lo que vengo”. Yo le tranquilicé con un “no pasa nada”. A algún compañero su cartero se le echó a llorar y acabaron dándose un abrazo.

Yo firmé, cerré y lloré ¡Cómo no voy a llorar! Abrí el sobre, busqué el por qué y me eché a reir con amargura “se considera que otros trabajadores reúnen las condiciones (efectividad y calidad) en mayor grado al haber mostrado un mayor desempeño y valía”.

Vinieron a decirnos 'lo siento' quienes se quedaban
El teléfono empezó a sonar. Al otro lado mi amiga Maite lloraba más que yo. Llamé a Cádiz para decírselo a mis padres. Las lágrimas me ahogaban. Me duché y me fui a Telemadrid por otro camino distinto al habitual. Ya no iba a trabajar. Iba a recibir a los compañeros que habían pasado la noche encerrados como protesta por los 829 despidos. Salían a las 12,00. Una estampa inolvidable. Era el final de un mes largo en el que se han dejado la piel por todos. Me sirvió de desahogo. Le dije adiós a mucha gente. A cámaras con los que he hecho buenas coberturas. A productoras, a documentalistas. Abrazos que reconfortaban. No hacían falta las palabras. Allí estaban despedidos otros periodistas que lo han pasado tan mal e incluso peor que yo. No sólo ahora sino en los últimos años. Gema, Bego, Luis, Isabel, Javi, Magda, Carlos, Marina, Luz, Bea, Ana, Inma y tantos otros… También vinieron a decirnos “lo siento” quienes se acababan de enterar de que se quedaban. Un gesto que les honra. No estaban quienes han mirado para otro lado, tampoco los que han ido a salvarse con vanas excusas. No los eché de menos. No los esperaba. De verdad. Allí estábamos los de siempre. De regreso a casa, ya empecé a sentirme aliviada.

Inmaculada Moreno es una de los 829 trabajadores de Telemadrid despedidos por el ERE