Gregorio trabaja nueve y hasta diez horas diarias. El otro día cumplió los cuarenta y tres; cobra novecientos ochenta euros al mes

Desde hace siete años, Gregorio trabaja como contable en la asesoría de Andrés. La asesoría está ubicada en un barrio humilde de Madrid. Sus puertas de madera y el felpudo de la entrada recuerdan a las barberías de los tiempos "galdosianos". Ana es compañera de Gregorio; ronda los cuarenta. Comenzó a trabajar en la asesoría recién salida de FP y, desde entonces, no ha conocido más mundo que las cuatro paredes de Andrés. A lado de su ordenador – la tortuga, como así le llama – está la foto de Inés, su hija. Para Ana, Andrés ha sido – y es – algo más que su jefe. A él, le debe todo lo que tiene: el piso de protección oficial, el Chevrolet del noventa y uno, y hasta ¡los pañales de Inés! Andrés está "chapado a la antigua". Es – como dice Gregorio – un patrón de "la vieja escuela". Le gusta que le traten de usted y, si no es mucho pedir, hasta que le besen los pies. Gregorio le llama a sus espaldas "Mauricio Colmenero", no por su parecido físico con el actor, sino por cómo trata a sus "obreros". Para Andrés sus empleados son "obreros", o mejor dicho, "muertos de hambre" que no serían nadie sino fuera por él.

Gregorio y Ana se parecen físicamente. Ambos llevan gafas, son pálidos y poco habladores. Mientras Ana se encarga de los temas contables, Gregorio se dedica a lo laboral. A las ocho y media comienzan su jornada. Ana es la primera en llegar. Sube las persianas, enciende las "tortugas" y barre la oficina. Hace un año que Juana – la mujer de la limpieza -dejó de ir por allí. Andrés no le pagó los últimos tres meses, y no les quedó otra – a Ana y Gregorio – que barrer todos los días la oficina si no quieren – como dice Ana – que "nos coma la mierda". Andrés dice que cuando gobernaba Aznar vivíamos mejor: "Gracias al Pepé hoy tengo riñones para mantener a mis obreros; pagar los impuestos y los caprichos de mi señora". Los sueldos de Ana y Gregorio no son para tirar cohetes. Ana es la que más cobra. Empezó con un contrato en prácticas; después continuó con otro temporal y, por fin, ahora es "fija"; fija, cierto, pero a tiempo parcial. Está, como dice ella, a "años luz" lo que pone en el papel con las horas que trabaja. Su salario neto son mil euros redondos. Mil euros, de los cuales: cuatrocientos cincuenta son para pagar la hipoteca; tres cientos para vestido y comida; cien para gastos de agua y luz; treinta para el móvil; setenta para gasolina, y cien para imprevistos.

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