Arranco esta nota con un título que bien pudiera ser de una obra de Milan Kundera, el novelista checo escrutador de almas. Pero, que yo sepa, él no ha profundizado en ese paraje tan oscuro del espíritu que no llega a palpitar cuando se expone ante el horror. Sin embargo, es lainsensibilidad ante el dolor y el sufrimiento del hombre, el mal que más crece en nuestro mundo desde hace años. Pareciera que existe un maligno oculto que nos inocula con sigilo pequeñas dosis de una vacuna que nos conduce poco a poco a ser inmunes ante todo espanto.

Hago esta reflexión cuando llevamos semanas observando el pulso, desigual e inhumano, que se desarrolla en Melilla entre las fuerzas de seguridad españolas y marroquíes y un puñado de desheredados de la tierra que buscan trabajo, pan y techo; una batalla, con sus muertos y “sus cortados en pedazos” que a nadie del Gobierno le ha producido siquiera una lágrima, en tanto que su discurso represor continúa dominando; el Parlamento se altera aunque pronto calla, y en la prensa las voces contra la barbarie proceden sólo de francotiradores.

¿Qué debería ocurrir para que una mayoría social salga a la calle y grite “basta”?: ¿que haya más muertos, que las cuchillas trenzadas en las alambradas desangren a media África, o que los desesperados muden su piel negra por la nuestra blanca?.

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