Hace años que el fútbol comenzó a convertirse en algo más que un deporte. De hecho, mucha gente ve en este espectáculo una especie de culto del que, para completarlo, necesitan ir al estadio todos los domingos y alentar a su equipo durante los noventa minutos.

Grandes clubes como el Real Madrid o el Barcelona ya se posicionaron en su momento para ejercer una especie de control sobre sus hinchas más radicales. En lugar de darles voz y asiento, vieron más conveniente expulsarles del estadio y crear una grada de animación que estuviera formada por diferentes peñistas con el único propósito de animar y pasarlo bien.

Podríamos decir que hasta aquí llega la actuación de los clubes en lo que a su ‘casa’ se refiere. Sin embargo, el hueso del asunto tiene una vertiente diferente. El problema suele darse cuando dos equipos de diferentes países se enfrentan en un partido de Champions League. Es sabido que los clubes siempre trabajan sobre unas localidades disponibles para que la afición rival pueda viajar y ver a su equipo como visitante, pero desde la UEFA todavía  resulta complicado separar a los hinchas más pacíficos y los más alborotadores.

Es una de las cuestiones que se planteó el pasado sábado en ‘La Sexta Noche’, donde Francisco Marhuenda explicó cómo el fútbol había pasado de ser un deporte a "una religión". El director del diario La Razón también quiso lanzar una pregunta al aire sobre la que más tarde reflexionó: "¿por qué en otros deportes no hay violencia?".

Últimos casos

Los casos más recientes en España se dieron en Madrid. En primer lugar, con el partido de la fase de grupos que enfrentó al Real Madrid y al Legia de Varsovia. El equipo polaco contaba -y lo sigo haciendo- con unos de los aficionados más problemáticos y provocadores de toda Europa, y se esperaba que en la capital madrileña se produjeran incidentes. Acabó siendo así, ya que algunos de ellos lanzaron botellas a la Policía Nacional e incluso otros se atrevieron a agredir a un miembro del cuerpo que acabó siendo acorralado en los aledaños del estadio.

El segundo altercado se produjo hace unos días en la Plaza Mayor de Madrid. Los hooligans del Leicester ya tenían cogida la matrícula después de haber causado problemas en Sevilla en el mes de febrero. Esta vez todo transcurrió en un escenario diferente. Hasta ocho aficionados ingleses fueron detenidos, de los cuales varios pasaron a disposición judicial y fueron condenados a cuatro meses de prisión.

Esta costumbre de convertir la previa al partido en una batalla campal es algo que temporada tras temporada se deja entrever. Estos hooligans no solo causan problemas al resto de civiles, sino que también dañan la imagen de un deporte donde prima la pasión y el espectáculo, pero donde sobra tanto nervio. El fútbol no puede permitirse educar ultras.