Los resultados emanados del 21D han dejado dos ganadores y dos perdedores. Inés Arrimadas obtuvo una victoria descafeinada al erigirse como la candidata más votada con un 25,37% que cristalizó en 37 escaños, pero no pudo frenar al bloque independentista, que cosechó 70 diputados entre JxCat, ERC y la CUP. El expresident cesado Carles Puigdemont fue el verdadero nombre propio de la noche electoral. Su lista fue la segunda fuerza más votada y se hizo con 34 sillones en el Parlament, dos más que la candidatura liderada por Oriol Junqueras. La correlación de fuerzas entre cada bloque, independentista y constitucionalista, se mantiene: Puigdemont lidera el jaque soberanista y Ciudadanos se presenta como el adalid de la unión. ¿Por qué Junqueras y el PP han perdido sus respectivos pulsos para liderar los diferentes conglomerados?

Unas elecciones excepcionales

La del 21D era una cita anómala. Se trataba de la primera vez que un presidente del Gobierno, en este caso Mariano Rajoy, pulsaba el botón rojo del todopoderoso 155. Un precepto inexplorado que abrió un camino nunca antes recorrido. Rajoy recurrió al que ya es el artículo más famoso de la Constitución Española. Las elecciones se convocaron en una coyuntura de fractura y los propios miembros de las formaciones barruntaban que se desarrollaría en un contexto tremendamente hostil. Y precisamente la presentación que ha hecho cada partido de la cita ha desencadenado los resultados obtenidos.

Tanto las formaciones soberanistas (JxCat, ERC y CUP), como las constitucionalistas (Ciudadanos, PSC y PP) construyeron unos comicios polarizantes en una esfera absolutamente dicotomizada: República catalana vs unión. Blanco o negro. Negro o blanco. Sin grises ni matices. “Son unas elecciones para defender la República”, decían desde ERC justificando que concurrían a unos comicios convocados desde La Moncloa por Rajoy.

En un contexto polarizado, las medias tintas quedan relegadas a una posición subalterna, como bien ejemplifica  la caída de En Comú-Podem, que se presentó con la consigna de “ni DUI  ni 155”.

Puigdemont, el “presidente legítimo”

Al construir un discurso electoral que pivotaba en torno a la idea de defender la República catalana, el que consiguiera erigirse como el líder de esa República, sería el buque insignia. El expresident cesado enarboló una lista cuyo objetivo era alejarse del PDeCat y la frustración generada por la no materialización de la DUI y preparó una campaña con un único mensaje: “Soy el presidente legítimo”. Si el objetivo era defender la República, la lógica invita a pensar que habría que defender y preservar al president, y este era Puigdemont. Además, a pesar de que su partido caía en las encuestas, logró que el resto de fuerzas políticas le viera con ojos de president, tal y como demuestran los datos del CIS.

Además, el hecho de que el líder de un partido no cuente con la figura de su líder en los mítines resta potencia al mensaje. Las conexiones mediante videoconferencia de Puigdemont ganaron centralidad ante la ausencia de Junqueras, que jugó la carta de figura mártir. Pero las encuestas revelaron una recuperación de JxCat, y ERC recurrió a la figura del exconseller recién salido de prisión, Carles Mundò, para dar un soplo de aire fresco e intentar llenar el vacío del exvicepresident encarcelado. Pero no fue suficiente.

El “voto útil”

La exposición de motivos por los que los naranjas se impusieron con semejante rotundidad al Partido Popular es mucho más sucinta. La campaña de los unionistas del 155 (PP y Ciudadanos) tenía que pivotar en torno a una idea: “Somos el voto que frenará al independentismo”. ALbiol y Arrimadas tenían el mismo mensaje: “Somos el voto útil”. Pero la diputada naranja partía con ventaja puesto que ya era líder de la oposición. Siguiendo una ecuación lógica: había dos formaciones para un “voto útil” y Ciudadanos era más grande que el PP (a nivel autonómico).

Fuentes cercanas a la Ejecutiva del PP nacional admiten esta premisa, de hecho, Xavier García Albiol cargó contra Ciudadanos durante su discurso de la noche electoral. Le culpó de la victoria del independentismo por explotar en exceso “el voto útil”.

El resto, es historia.