Estaba previsto. Miquel Iceta es demasiado hábil como para que el resultado del Consell hubiese sido otro. Con los integrantes del mismo controlados – todos son partidarios del actual Primer Secretario – era imposible cualquier otro escenario que no fuese el de apoyar el no y, por ende, apoyar al ex secretario general del PSOE Pedro Sánchez. La lectura que pueda hacerse de ello desde Ferraz será tranquila o bronca, pero hay algo más debajo de esta política de gesticulación por ambas partes que no se explica. Porque lo que hoy ha sucedido en Cataluña no es más que otro episodio en la guerra que vive el socialismo español.

Iceta no quiere alejarse del PSOE, aunque a algunos les interese decir lo contrario. Lo que pretende es convertirse en un árbitro que le permita ganar peso dentro del PSOE. Las viejas heridas, abiertas en su día con los socialistas extremeños, con Rodríguez Ibarra, o con la federación andaluza del PSOE, desde Pepote Rodríguez de la Borbolla, siguen supurando.

No se trata de un conflicto entre territorios. Se trata de una lucha de poder dentro del partido. El PSC podía, hasta hace pocos años, decir que, sin Andalucía y Cataluña, no se llegaba a La Moncloa. Vistos los exiguos resultados que el socialismo catalán ha obtenido en las últimas elecciones, a Iceta no le quedaba más que, o resignarse a quedar laminado entre independentistas y Podemos en Cataluña y entre Susana Díaz y Ferraz en el partido, o pasar a la acción. Se trata de la conocida fórmula de Euskadiko Ezquerra, con Juan Mari Bandrés. No le quitaba muchos votos al PSOE, pero al final se tuvo que aceptar que una formación de carácter socialista, un poco más a la izquierda que aquel PSOE de Txiki Benegas o Damborenea, más cordial y amable, debía caber en el espectro social demócrata vasco.

Esa es la idea de Iceta. Llegar a un consenso similar en el PSOE para acabar, finalmente, imponiendo sus tesis y colocando a un hombre suyo en lo más alto del PSOE. La trampa saducea no es menor. Ponerse al lado del mártir, léase Sánchez, haciendo valer las tesis de Podemos con respecto al golpe de estado de las élites financieras españolas, cobrar un protagonismo que no se corresponde ni a sus resultados electorales ni a su influencia en la política catalana, y acabar haciéndole el sorpasso a Sánchez, Ferraz y los barones territoriales socialistas para poner como cabeza de cartel a Josep Borrell, con fama de anti nacionalista, de perfil izquierdoso y muy bien aceptado tanto por las bases el partido como por el electorado del PSOE. Tiene Borrell otro elemento a su favor, y es qué entre los jóvenes, el gran caladero de votos de Podemos, cae bien su discurso.

Ahora, aunque la maniobra que está ejecutando Iceta tiene lógica interna, no por ello es menos arriesgada. En el envite puede acabar rompiendo la unidad socialista catalana y, de paso, la española.

¿Qué dice Alfredo?

Una de las cosas que más se escuchaba hoy en la calle Nicaragua, sede del PSC, era el nombre del ex ministro Alfredo Pérez Rubalcaba. Iceta lo conoce. Sabe que el dirigente pasiego es listo, muy listo. Y que no está dispuesto, ni él, ni las personas que le apoyan, que no son grano de anís, a tolerar que los intereses de partido pasen por delante del interés general. Porque Rubalcaba es, ante todo, un socialista con sentido de estado. Sentido que, tristemente, no abunda entre nuestra clase política.

De ahí que la mayoría de dirigentes socialistas catalanes preguntasen sottovoce qué opinaba Alfredo, que diría de lo que se iba a votar hoy. Algunos, incluso, echaban en falta a Pasqual Maragall o Ernest Lluch, tan alejados en sus posiciones respecto a España y el PSOE y, sin embargo, con tanto nivel político e intelectual. Si el primero tuvo sus rifirrafes con el PSOE por su teoría acerca del federalismo asimétrico, el segundo abogaba franca y directamente por una España unida, pero acogedora.

No es casual que nombres de la vieja guardia socialista hayan afluido a los labios de unos Consellers que, sin estar en modo alguno de acuerdo con romper con el PSOE o con la independencia, se han dejado llevar de la mano de Iceta y su ejecutiva. Está jugando el PSC actual la vieja política que en su día inauguró Jordi Pujol: Bolívar en Madrid y Bismarck en Cataluña, con la diferencia que Pujol podía permitirse ése y otros lujos porque disponía de una holgada mayoría en el Parlament y de un grupo decisivo en el congreso de los diputados.

Como Iceta no tiene ninguna de las dos cosas, hace lo que mejor se le da, la política de pasillos, de conciliábulos. Es una opción y muchos opinan que no le queda otra. Aunque alguno opine que todo esto debió frenarse en las épocas del Estatut.

Ahora es difícil saber qué hubiera sido mejor. Lo cierto es que la política de pasillos es sumamente resbaladiza, e Iceta tiene en sus manos un viejo y valioso cristal de Bohemia llamado PSC que, si se le cae de las manos, puede romperse en mil pedazos para no poder recomponerse jamás.

Diga lo que diga Alfredo y haga lo que haga Borrell. Wait and See.