La campaña electoral ha terminado sin pena ni gloria y con pocas perspectivas de un gobierno estable de alguno de los dos bloques. Ninguno de ellos parece en condiciones aritméticas de alcanzar una mayoría absoluta coherente, si es que se puede hablar de algún tipo de homogeneidad interna en los dos espacios enfrentados, más allá de coincidir los unos en la bondad del proyecto independentista y los otros en la condena de tal hipótesis. El combate entre bloques no ha presentado ninguna novedad; sencillamente no están de acuerdo ni siquiera en el relato de lo que ha sucedido desde el año 2010, no coinciden en el análisis de las responsabilidades ni mucho menos comparten ninguna idea para salir de la crisis catalana. El empate técnico es total, incluso en terquedad.

Durante estas semanas se han visto dos campañas simples y claras (las de Puigdemont y Arrimadas), dos campañas desconcertadas (las del PP y ERC), dos compañas incómodas (las de Iceta y Domènech) y una campaña feliz (la de la CUP).

Paso por paso

Carles Puigdemont creó JXC a su medida, haciéndola pagar al Pdecat y con el único objetivo de convertir las elecciones en un trámite para reeditar su presidencia. El mensaje era inequívoco: o yo o la ilegitimidad de 155. Los sondeos han certificado hasta última hora la eficacia de la operación, sin llegar a avanzar ERC, la gran perjudicada por este argumento coercitivo. El guion de Inés Arrimadas ha sido igualmente sencillo: soy la candidata que garantiza el final del Proceso. Ciudadanos no han entrado en detalles de cómo piensan hacerlo y sin embargo las encuestas parecen haber captado la buena acogida de esta promesa; aunque sin ofrecerle más perspectiva que la de protagonizar el sorpasso, ser el primer partido no integrado en la tradición del catalanismo en ganar unos comicios autonómicos; insuficiente para gobernar pero suficiente para provocar un tsunami político en Cataluña.

ERC era la ganadora in pectore de las elecciones antes de ser convocadas por la autoridad del 155; confiando en este horizonte, se resistieron a la candidatura unitaria con el Pdecat; a continuación titubearon ante la trampa del presidente legítimo planteada por Puigdemont, y, hasta los últimos días, no se han atrevido a poner en valor la dignidad de su presidenciable encarcelado en contraposición al presidenciable del plasma belga, en total libertad para hacer campaña a todas horas, hasta poner en peligro la victoria republicana. El PP, por su parte, lo ha fiado todo al 155, al reconocimiento de su autoría y a la valoración de la "normalidad" conquistada a golpe de decreto. No han podido disimular la sorpresa por el escaso premio a su dureza y el lenguaje de su candidato ha hecho el resto: regalar a Ciudadanos buena parte de su electorado.

Los socialistas han sido objeto, por parte de los independentistas y los Comunes, de una intensa campaña de demonización por su apoyo al 155, mientras que Ciutadans y PP les han denunciado como defensores poco fiables de la unidad constitucionalista. A pesar de este fuego cruzado, durante la campaña, Miquel Iceta ha crecido como aspirante a liderar un proceso de reconciliación inevitable pero todavía incierto. De hecho, Catalunya en Común pretende jugar el mismo papel, desde una posición claramente soberanista, tan alejada de la unilateralidad como del frente del 155. El republicanismo acerca Domènech a ERC y la CUP; sin embargo, los antisistema ya se han instalado retóricamente en la Arcadia republicana, circunstancia que les hace perder interés por las penurias del Parlamento autonómico.

¿Qué evitará la repetición de elecciones?

A menos que los electores subsanen seriamente las predicciones de los sondeos haciendo posible un gobierno mayoritario, sea independentista o constitucionalista, todo parece indicar que sólo un pacto entre fuerzas transversales podrá evitar la repetición de los comicios. El gran argumento para tomar los riesgos asociados a un pacto que rompa los bloques podría tener como base el 155, justamente. La aplicación del artículo 155 ha servido hasta el momento para marcar territorio entre candidaturas y tal vez la urgencia política de su levantamiento para recuperar el normal funcionamiento de las instituciones catalanas vaya a convertirse en un factor determinante para hacer posible un gobierno. O tres.

Los números de la demoscopia siempre han prefigurado un gobierno minoritario de carácter ideológico formado por ERC-PSC-CeC con el apoyo externo de la CUP para asegurar la mayoría. Esta combinación permitiría superar inmediatamente la etapa de la Generalitat intervenida. Las dificultades de su negociación serían monumentales; exigiría la renuncia a la unilateralidad, la aceptación de la vía constitucional y la negación del 155, entre otras concesiones mutuas. Sin embargo no hay nada imposible de haber voluntad de hacerlo posible. La CUP ha mantenido parlamentariamente un gobierno con la mitad de los consejeros procedentes del partido del 3% y siguen dando lecciones de coherencia.

La formación de este gobierno sin etiqueta independentista requeriría unas dosis de responsabilidad casi desconocidas en Cataluña; en el resto de España levantaría una descomunal tormenta de incomprensión. Unos hablarían de la traición de los socialistas catalanes a la lealtad constitucional exhibida por el PSOE; otros, alertarían ante un ensayo de mayoría de izquierdas en el Congreso y, por tanto, un acercamiento del PSOE a Podemos.

En cambio, estas mismas voces elogiarían a Miquel Iceta si se dejara investir con los votos de Ciudadanos y los Comunes, con la abstención del PP haciendo aquí el papel de la CUP. Este gobierno de etiqueta anti independentista sería la materialización del viejo sueño de Pedro Sánchez para impedir el gobierno de Rajoy. Entonces fracasó. La variante del ejecutivo constitucionalmente puro, intercambiando los papeles de los Comunes y el PP, sería aún más sangrante para el PSC, pero más aplaudido por la razón de estado. La distancia existente entre Cataluña y Madrid en cuanto a percepción de la realidad política será el tema de fondo en la nueva era de los cuatripartitos que anuncian las encuestas para el día siguiente del 21-D.