La polémica desatada con solo el anuncio de la candidatura de Manuel Valls como una probabilidad, permite intuir la fuerza de la misma. Unos lo visten como una operación de carácter cosmopolita, todo un ex primer ministro de Francia quiere ser alcalde de Barcelona, un lujo auténtico; otros, lo ven como una exhibición de provincianismo, un político francés en decadencia viene a refugiarse a su ciudad de nacimiento, Barcelona no se lo merece.

Ada Colau está en las antípodas de todo lo que representa Manuel Valls y podría mantener con él una campaña ideológica de cierto interés; sin embargo, de confirmarse la candidatura del actual diputado alineado con el presidente Macron en las municipales defendiendo a Ciudadanos, los principales beneficiados podrían ser los partidos independentistas.

Estos partidos no consiguen ponerse de acuerdo para formar una lista única porque ERC se cree en disposición de superar en solitario el número de concejales de Barcelona en Comú. El regreso del barcelonés monsieur Valls a su ciudad de origen, tras muchos años de servicio a la República Francesa, haría peligrar seriamente este cálculo republicano.

Más combativo contra el soberanismo que Arrimadas

La proyección de Valls y sus características, más antinacionalista que el propio Mitterrand y más combativo contra el soberanismo que la mismísima Inés Arrimadas, le convierten en un adversario formidable para los partidos del procés, ofreciéndoles una excusa impagable para superar sus profundas rencillas y concurrir juntos a las municipales en Barcelona para afrontar tanto peligro. El ex primer ministro francés, al que los socialistas catalanes no prestaron nunca demasiada atención por razones obvias, situaría la batalla municipal en el punto más beneficioso para los independentistas, la guerra de bloques con la política catalana como tema central y el nacionalismo y el antinacionalismo como argumentos acusatorios de base.

El discreto balance del gobierno municipal de Colau no le permite ser excesivamente optimista ante las elecciones locales del próximo año. La gran esperanza para retener la alcaldía como lista más votada es la renovación de un escenario de minifundismo político como el actual, en el que gobernar resulta casi imposible, pero con pocos concejales, once en este mandato, se puede alcanzar la gloria institucional. Hasta la fecha, las perspectivas cumplían estos requisitos. ERC ya tiene elegido a su candidato, Alfred Bosch; el PDeCAT está pendiente de sus primarias y la propuesta del filósofo-tertuliano, Jordi Graupera, para articular una candidatura conjunta de las fuerzas independentistas no acaba de cuajar.

La irrupción de Valls de la mano de Ciudadanos podría cambiar radicalmente el horizonte. De aceptar este liberal-socialista la propuesta de Albert Rivera, la campaña de Barcelona perdería especificidad local para ganar en interés mediático. Una victoria de Valls en la capital de Cataluña supondría una derrota mucho más hiriente para el independentismo que una reedición del gobierno de los Comunes en minoría, cuya equidistancia en materia nacional, es una incomodidad soportable.

La unidad independentista para hacer frente a un hipotético triunfo de Valls, para quien el único nacionalismo bueno es el que practican los estados inscritos en la Unión Europea, supondría un serio contratiempo para Colau (y también para el PSC y el PP, por supuesto y por razones diferentes) porque la fuerza de los dos bandos dejaría muy poco espacio para el discurso propiamente barcelonés, un discurso que, por otra parte, la alcaldesa no ha practicado en su primer mandato.