Quim Torra no ha conseguido que Pedro Sánchez le dé portazo al diálogo, de momento. Un portazo salvador como el propinado por Mariano Rajoy a Artur Mas a cuenta del pacto fiscal para Cataluña o a Carles Puigdemont con motivo del referéndum, esto es lo que necesita ahora mismo el presidente de la Generalitat para alimentar sus movimientos en círculo. A falta de una propuesta realista para seguir con el conflicto, el desdén del gobierno central sería un sucedáneo aceptable para frenar el desánimo. Justamente, esto es lo que Moncloa no le quiere conceder.

El círculo de la duda del independentismo quedó expuesto en la última sesión del Parlament. Los votos de JxC y ERC aprobaron una propuesta de diálogo entre las fuerzas catalanas y lo contrario, el trágala del desarrollo del mandato unilateral expresado el 1-O por los simpatizantes. La fidelidad al 1-O es, por ahora, el único punto de acuerdo entre los socios de gobierno, una referencia retórica huérfana de decisión política. Este es el eje del círculo, la sacralización de un referéndum prohibido, que les impide retroceder por miedo a la reacción popular pero que no les concede la fuerza imprescindible para asaltar el búnker de la legalidad.

Torra pretende arrastrar al gobierno socialista a este círculo vicioso. Sus continuas referencias a la necesidad de que el presidente Sánchez acepte hablar de una vía negociada para cumplir con el 1-O es el mensaje que le asegura una retirada. Pedir la implementación de un proyecto anticonstitucional es la forma más sencilla de obtener una negativa contundente, prefieren una ruptura antes que verse obligados a explorar medidas autonómicas para paliar la crisis catalana.

Al presidente de la Generalitat no le valdrían unas simples insinuaciones de haber obtenido alguna esperanza tácita para su referéndum de parte de Sánchez

Todo lo contrario del PSOE, que, desde su minoría parlamentaria, ha puesto sus esperanzas en la política paliativa para un conflicto de raíces profundas y perspectivas desalentadoras. De momento, las respuestas de perfil bajo ante los preámbulos provocadores han bastado a los socialistas para mantener viva la ilusión del diálogo. Pero tras la conversación, todo cambiará. De no haber ruptura o acuerdos concretos, habrá sospechas sobre concesiones secretas, un mal asunto.

Dicen que una reunión entre estadistas se divide en dos partes. En la primera, se dicen la verdad y acuerdan lo que pueden; en la segunda, convienen lo que se comunicará a la prensa. El contenido de las dos partes no tiene por qué coincidir exactamente. El encuentro del próximo lunes podría servir para efectuar un análisis realista de los desacuerdos y luego salir a expresar la satisfacción mutua por haber acordado seguir dialogando.

Este desenlace provisional no sería malo para Sánchez. Podría argumentar que en el diálogo está la diferencia respecto de su predecesor, además de ganar tiempo para tomar decisiones políticas y administrativas de su competencia para rebajar la tensión; confiando en que ya llegarán tiempos mejores, incluso tal vez mayorías parlamentarias para sustentar mayores riesgos reformistas.

Un resultado tan vaporoso pudiera no ser del agrado de Torra. Él no está exigido por los suyos de mantener una relación con Madrid de no ser para alcanzar alguna satisfacción a sus reclamaciones autodeterministas; todo lo demás es humo autonomista que podría ahogar la ilusión republicana. Sin embargo, una vez sentado en la mesa, para levantarse necesita un no rotundo a seguir hablando de las esencias. No vale cualquier cosa para romper la ficción, la prueba es que el anuncio de impugnación ante el Constitucional de la redundante declaración del Parlament reafirmando lo que ya ha fracasado no ha sido esgrimido como motivo de suspensión de la cita.

Al presidente de la Generalitat tampoco le valdrían unas simples insinuaciones de haber obtenido alguna esperanza tácita para su referéndum de parte de Sánchez, porque éste no podría soportarlo. Y un desmentido tajante de Sánchez sobre cualquier concesión dialéctica al soberanismo dejaría en mal lugar a Torra, que pasaría por ser un presidente apocado ante las expectativas de los radicales. Aunque tal vez una deslealtad como esta si podría provocar el portazo de Sánchez.