Clara Ponsatí, ex consejera de Educación con Carles Puigdemont, ha cerrado ocho meses de mea culpa con su expresiva imagen del póker político. Primero, fue un intento de autocrítica de la ingenuidad liderada por ERC, “no estábamos preparados para una reacción tan brutal del Estado”; luego, la proclamación por parte de la misma Ponsatí de una primera mentira “no había nada preparado para después de la proclamación”; a continuación, en el mismo mes de febrero, la admisión por Artur Mas de haber creado un artificio político, “el componente simbólico estético que se exagera para quedar bien”; finalmente, este ofensivo “estábamos jugando al póker”.

A la luz de las sucesivas revelaciones, gana fuerza la tesis de que el fabuloso engaño se salvó de quedar en evidencia, provisionalmente, por la actuación represiva de la policía en la jornada del 1-O, que nacía fallida desde el momento de la declaración del colegio electoral universal a las 8 de la mañana. El resultado de la partida jugada con la ilusión de la gente ha sido catastrófico: dirigentes políticos encarcelados, retroceso en el autogobierno y división interna en Cataluña. Y de las palabras de Ponsatí, pendiente de la decisión de la justicia británica sobre su traslado a España, se deduce que la partida fue jugada por los integrantes del gobierno Puigdemont a conciencia del fraude, asumiendo una grave responsabilidad colectiva que ahora se pretende justificar con una simple autocritica.

Solo el consejero Santi Vila dimitió en el último instante antes del desenlace de la partida que, para millones de catalanes, ajenos a la frivolidad gubernamental, era un proyecto de creación de un estado propio. La mayoría de estos votantes siguen fieles a su idea, soportando estoicamente el descubrimiento de la realidad, esforzándose por diferenciar el proyecto independentista de la impostura del Procés, entendido éste como un modus vivendi y operandi de un grupo de dirigentes que situó a toda Cataluña al borde del precipicio por un bluf.

Esta gran simulación ya había sido anunciada por la propia Ponsatí, antes de ser consejera, cuando ejercía su cátedra en la Escuela de Economía y Finanzas de Saint Andrews en Escocia, en un artículo premonitorio, titulado Beneficios, costes y teoría de juegos, publicado en noviembre de 2012 en La Vanguardia. Esta lección sobre la teoría de juegos concluía con dos afirmaciones contundentes: solamente había una opción, “la independencia con aceptación” por parte del estado y “dar credibilidad a amenazas vacuas sería irresponsable”.

La certificación del enredo por parte de una protagonista directa llega cuando ya se ha confirmado el abandono de la tesis de la restauración ineludible del gobierno independentista cesado por el 155 y tras el apoyo de PDeCAT y ERC a la moción de censura de Pedro Sánchez. No es ninguna casualidad porque los tres hechos -engaño, renuncia al legitimismo y pacto con el PSOE- son atribuidos por los aficionados al póker a los vicios clásicos del partidismo. Desenmascarar al partidismo” es el gran remedio propuesto por Ponsatí en sus declaraciones, coincidiendo en el diagnóstico de la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, y del entorno de Carles Puigdemont.

Los partidos soberanistas y el activismo radical no solo están enfrentados por el final del Procés, están viviendo, también, un auténtico cisma estratégico. Ha sido suficiente la sola apertura por parte del nuevo gobierno español de un modesto escenario de conversaciones para la recuperación del autogobierno y el establecimiento de un voluntarioso horizonte de reforma constitucional. ¿Seguir jugando al póker o pasarse al ajedrez?, se plantea Francesc-Marc Alvaro, uno de los prescriptores del soberanismo adscrito al renacido pragmatismo.