Pedro Sánchez no comprometió su posición constitucionalista para obtener el apoyo de los partidos independentistas, ni estos le ahorraron su relato del conflicto y sus pretensiones a largo plazo. Todo quedó en una escenificación muy lograda de la gran distancia existente entre ellos. Sólo la urgencia de tumbar a Mariano Rajoy por la corrupción sentenciada les une transitoriamente. La cuestión la planteó Joan Tardà con toda su vehemencia: ¿cómo metabolizar tanta contradicción?

El debate entre los portavoces de ERC y PDeCAT y el candidato a la presidencia fue un compendio de las muchas sesiones vividas en el Parlament de Cataluña entre la mayoría independentista y el PSC. La coincidencia en el diagnóstico se trunca a partir de la reacción a la sentencia del TC sobre el Estatut, se distancia en la valoración de lo acaecido entre 2012 y 2017, se enfrenta abiertamente desde las sesiones parlamentarias de septiembre (leyes de desobediencia), pasando por el 1-O, la declaración política de independencia y se encona en cuanto se toca la cuestión de la división interna en Cataluña, la denominación de los dirigentes políticos encarcelados y la valoración de la independencia de la justicia.

Y la coincidencia en la voluntad de diálogo solo resiste una primera aproximación. En los detalles, está el problema. Sánchez dijo lo que viene diciendo Miquel Iceta; mientras que Tardà y, en menor medida, Carles Campuzano, repitieron la argumentación de Puigdemont-Torra. A saber. Para el independentismo el escenario del diálogo es “una relación bilateral según los cánones del derecho internacional”; para los socialistas, la hoja de ruta de dicho diálogo viene enmarcada en la Constitución y el Estatuto y en la voluntad de superar la dinámica de bloques.

Rajoy es el talismán que ha permitido superar las profundas disensiones expresadas con total claridad por unos y otros, justamente para evitar cada uno de ellos de ser acusados de connivencia con el adversario por sus respectivos seguidores poco dados a la contemporización a cuenta de la condena a la corrupción. De todas maneras, los portavoces independentistas evitaron presentar exigencias concretas a cambio del voto como las que hace unos días plantearon Carles Puigdemont o Quim Torra. Se limitaron a dejar constancia de la enorme brecha existente entre ellos y los socialistas para no entorpecer el resultado.

 “A muchos ciudadanos les costará entender nuestro voto”, admitió Campuzano. “Nuestro sí es un no”, afirmó Tardà. Un sí a la moción y un no a la investidura, pero como ambos conceptos son inseparables, se quedó en un apoyo crítico argumentado con todo lujo de descalificaciones para la actitud autoritaria del estado, “de ustedes”, como le precisó el portavoz republicano a Sánchez.

Pedro Sánchez, comprobado el abismo en materia identitaria y constitucional, se resignó a un simple “en fin, hagamos camino al andar”, apelando a viejas etapas de colaboración entre socialistas y republicanos (y también convergentes, aunque no lo citó expresamente). El candidato se agarró al clavo ardiendo ofrecido por Tardà: no es lo mismo un gobierno PSOE y Podemos que un gobierno PP y Ciudadanos. Y agradeció el voto con su única oferta al independentismo y al gobierno de la Generalitat: empecemos a hablar de la crisis catalana.