Tiene más prisa Albert Rivera por reeditar el 155 que Quim Torra por formar el gobierno que haría decaer la actual intervención de la Generalitat. O no tiene prisa, o no puede sacarlo adelante. El nuevo presidente catalán está descubriendo que la restitución de los consellers cesados no va a resultar fácil porque ERC no quiere y porque los candidatos de JxCat y el PDeCat a entrar en el ejecutivo no aceptan tan disciplinadamente como podría suponerse ser tan solo viceconsejeros pudiendo ser los titulares de los departamentos.

A su predecesor en el cargo, las cosas no le van mucho mejor. El consejo de la república en el exilio que quiere Puigdemont y que Torra anunció en su discurso de investidura todavía no ha superado las resistencias de los republicanos del partido de Oriol Junqueras. ERC parece haber apostado por abandonar cualquier gesticulación sin efectos reales, aun temiendo que sus bases estén todavía instaladas en el legitimismo.

El aplazamiento de la visita a los dirigentes independentistas en prisión preventiva le puede haber venido bien a Torra para ganar algo de tiempo, a la espera de comprobar el efecto de las las presiones en curso para conseguir que los tres consellers del PDeCAT se sumen a los de ERC y renuncien a ser restituidos en sus carteras de las que fueron cesados por el 155. Jordi Turull, Josep Rull y Lluís Puig han expresado su deseo de mantener su condición de consejeros, un nombramiento legalmente posible, aunque sus posibilidades de ejercer el cargo son prácticamente nulas. Los candidatos a substituirlos, Elsa Artadi en Presidencia, Damià Calvet en Territorio y Sostenibilidad y Laura Borràs en Cultura parece que militan ahora en el sector pragmático de JxCat y no verían con malos ojos relativizar el concepto de restitución.

La restitución del gobierno, el segundo mandamiento del decálogo legitimista podría incumplirse, pues, como sucedió con el primero, la investidura inexorable de Puigdemont. La aceptación a regañadientes de la fuerza mayor impuesta por el estado no deja margen de maniobra. Quim Torra se ha declarado custodio del medallón del presidente de la Generalitat a la espera de una hipotética investidura del presidente cesado por Rajoy, y a pesar de sus gestos para minimizar al máximo su condición institucional y así subrayar la excepcionalidad que se vive en Cataluña, no parece que vaya a renunciar a la presidencia, a las obligaciones y privilegios de la primera autoridad catalana, investida por el Parlament y nombrada por el Rey.

La custodia del medallón, su imposición al presidente es una tradición relativamente moderna, inaugurada con el restablecimiento de la Generalitat en 1932, puede quedar en un emotivo acto simbólico, como lo fue en su momento, la salvaguarda del corazón de Macià por parte de Josep Tarradellas, durante sus largos años de presidente en el exilio. A su regreso triunfal, pactado con el presidente Adolfo Suárez, el corazón fue enterrado en la tumba del coronel-presidente.

La normalidad excepcional que se inaugurará con la formación del gobierno, con o sin consejeros virtuales, acabará pasando factura a Carles Puigdemont y a sus planes republicanos en el espacio libre de Bruselas o Berlín. El consejo de la república, un ente privado para la internacionalización del conflicto suma cada día nuevos escépticos, antes incluso de estrenar formalmente la contradicción entre un gobierno legal de Cataluña dirigido e integrado por independentistas y la actividad de una entidad destinada a denunciar la persecución de dichos independentistas por el mero hecho de serlo.