El Parlament se está acostumbrando a elegir presidentes que no se han presentado ante el electorado como candidatos a dirigir el país y que además han dependido en última instancia de la CUP. Quim Torra deberá esperar a la reunión dominical de los antisistema para saber si el plan de Puigdemont puede materializarse. La paradoja está en que si la CUP decide votar en contra de Torra y de su valedor lo hará apelando a la legitimidad única de Puigdemont como presidente de la república y criticando la falta de valor de la mayoría para desobedecer al estado. Contra Puigdemont por no ser Puigdemont. 

La CUP no valoró el discurso de investidura de Torra como suficientemente valiente y rupturista como para merecer su apoyo, a pesar de prometerles que su gobierno no haría política autonómica. Su abstención en la primera ronda estaba prevista, lo que no lo estaba es que algunas organizaciones territoriales obligaran a la dirección a someter a votación asamblearia un eventual voto negativo al candidato de JxCat en la segunda sesión, lo que imposibilitaría la proclamación y remitiría a unas nuevas elecciones.

La gran diferencia entre la CUP y el independentismo oficial está en una cuestión conceptual que a veces el lenguaje político tiende a confundir para evitar la división manifiesta. Así, se suceden las expresiones engañosas fer república (hacer república) o implementar la república como si fueran intercambiables. Pero no significan lo mismo y plantean un interrogante decisivo: la república catalana ya llegó o está llegando? Para los antisistema, dicha república está proclamada y no entienden porque no está ya en funcionamiento; para sus socios de la política del sistema, la república se hará andando, como el camino del poeta.

Con el interrogante no resuelto, la asamblea de la CUP deberá decidir si acepta las expresiones de Torra de fidelidad a Puigdemont y al 1-O como garantías suficientes para otorgarle la confianza o se planta definitivamente para dejar de vivir en la contradicción manifiesta entre sus declaraciones y sus votaciones. La decisión llega a los pocos días de que el CEO haya certificado que la posición legitimista -- solo Puigdemont tiene la legitimidad para presidir la Generalitat ya convertida en república catalana--, es la mejor entendida por los electores independentistas que premiarían a los antisistema con una notable subida electoral de celebrarse nuevos comicios.

La CUP siempre ha expresado su escaso interés por tener un diputado de más o de menos, de todas maneras, alguna influencia podría tener en el debate el hecho de ver reconocida su posición política con la recuperación de muchos votantes que habrían sucumbido el 21-D al canto de otras ofertas soberanistas. La experiencia de otras asambleas de los grupos anticapitalistas parece indicar que la emotividad de las bases debida a la coyuntura tiene mayor influencia en el voto que las estrategias de la dirección o del propio grupo parlamentario, quienes, en este caso, no tenían ninguna intención de revisar la abstención como posición definitiva, lo que permitiría la investidura de Torra el próximo lunes.

La asamblea podría obligarles a salir de la zona de confort de la abstención. Para evitarlo, han planteado un pregunta en formato secuencia sobre el sí o el no a Torra y en caso de ganar la aceptación del candidato, cómo formalizarla. De esta forma, se antoja más fácil volver a la abstención, que no es otra cosa que un sí encubierto. Aún sabiendo el escaso apego de la CUP a las convenciones de la política parlamentaria tradicional, la hipótesis de tener que asumir la responsabilidad social de frustrar la formación de un gobierno que acelere el final del 155 tendría sus costes. Y de rebote, frustraran los planes de Puigdemont que no son otros que acudir a las urnas en cuanto pueda, cuando le convenga, pero no tan rápidamente como forzaría el fracaso de Torra.