La resurrección política de los jóvenes herederos de CDC podría ser un factor determinante para inclinar de un lado u otro el resultado de esta crisis pública entre ERC y Carlos Puigdemont. Sin embargo, el resurgimiento del PDeCAT no es cosa sencilla, dada su extrema debilidad, provocada básicamente por la corrupción de sus viejos dirigentes y agravada por la marginación impuesta por Puigdemont al descabalgarlos de JxC. Las relaciones entre ERC y el PDeCAT no han sido nunca buenas, especialmente desde el mes de julio, cuando los republicanos tomaron consciencia del escaso interés de sus socios ex convergentes por asumir riesgos en la preparación del referéndum del 1-O; de todas maneras, es mucho peor la relación con el grupo de amigos de Puigdemont que conforman JxC.

El aplazamiento de la sesión de investidura ha desatado una tormenta de sacrificios y traiciones a pesar de que esta decisión deja abiertas todas las puertas, incluso la de la desobediencia para proclamar Puigdemont llegado el caso. El enfado de Puigdemont y los suyos no responde pues al resultado final de la suspensión, que está por ver, sino al del simple hecho de que los republicanos se negaran a participar de un pleno sin ningún acuerdo firme y a merced de los caprichos del candidato a la investidura.

La insubordinación táctica de ERC fue como una explosión del descontento acumulado en los últimos seis meses. La exhibición de las diferencias se debió a la experiencia acumulada por los republicanos durante el fatídico mes de octubre sobre los cambios de ánimo de Puigdemont, la displicencia demostrada por el expresidente respecto del partido de Junqueras tras batirlos en las elecciones del 21-D, la unilateralidad de la petición de amparo al presidente del Parlament efectuada por el diputado de Bruselas sin encomendarse a nadie y la voluntad de ERC de cambiar el ritmo de los acontecimientos y el enfrentamiento frontal con el estado.

El memorial de agravios del PDeCAT respecto de su militante Puigdemont y su grupo de diputados es esencialmente emocional: JxC ningunea sistemáticamente al partido presidido por Artur Mas hasta hace cuatro días, recordándole permanentemente la inexistencia de dependencia organizativa alguna. Aunque el partido de Marta Pascal dispone de algunos diputados fieles en el grupo parlamentario autónomo. A raíz del golpe de efecto de Roger Torrent han empezado a circular espontáneamente los cálculos de la distribución de fuerzas en el interior de JxC: 22 legitimistas y 12 pedecats, aunque algunas fuentes fijan la división en 19-15.

El interés por el balance interno de fuerzas en JxC no es intrascendente para el caso de llegar hasta el final el enfrentamiento de Puigdemont con su partido y ERC. De momento es solo un baile de cifras para la especulación periodística sobre gobiernos alternativos sin Puigdemont, una hipótesis todavía tabú entre las filas independentistas, prisioneros del discurso del presidente legítimo o inexorable, una teoría ajena al sistema parlamentario de elección del presidente vigente en Cataluña pero, sobre todo, temerosos de la reacción de la base electoral independentista ante una marginación del autoproclamado único presidente posible.

En las últimas horas, ERC ha recuperado su idea del presidente simbólico y el presidente ejecutivo para salir del paso de tanta legitimidad sobrevenida y poder encontrar un acomodo honorífico a Puigdemont, a cambio de que éste deje vía libre a un gobierno que pueda empezar a gobernar de inmediato y cuya elección acabe con el control del 155. La propuesta tiene algunos inconvenientes clamorosos. El Estatut no contempla la figura del presidente simbólico residente fuera del país, ni mucho menos la existencia de dos presidentes, por razones obvias; y hasta ahora, los actos simbólicos del Parlament en materia de declaraciones de unilateralidad y repúblicas invisibles han tenido un alto coste judicial, el mismo que habrían tenido de haberse tomado acuerdos efectivos.

La gran prioridad de todos los actores es evitar el cisma del independentismo, que en las actuales circunstancias equivaldría a aislar a Puigdemont y a sus fieles. ERC, por si acaso, parece haber tanteado ya el mercado con un sondeo de resultado catastrófico para ellos de aparecer como responsables de la ruptura. Por eso, la amenaza de unas nuevas elecciones es la gran baza de JxC. Mientras, para PDeCAT y ERC lo urgente es conseguir la renuncia de Puigdemont a cambio de una vicaría honorífica con el menor costo posible en carreras políticas propias y recursos públicos a justificar.

Las soluciones drásticas deberán esperar a la emergencia de unos liderazgos potentes de los que por el momento no dispone ninguno de los dos partidos por razones diferentes: la debilidad organizativa de los sucesores de Pujol y el encarcelamiento de Junqueras, sumado al desastre electoral en el caso de ERC.