Una nueva presidencia de Carles Puigdemont se intuye improbable. El Gobierno de Rajoy está dispuesto a impedirla, incluso saltándose la recomendación del Consejo de Estado y arriesgándose a una desestimación del Tribunal Constitucional en cuanto estudie el fondo del recurso. No parece preocuparles, les basta, por ahora, con ejercer sus privilegios ante el TC para intentar suspender automáticamente la sesión de investidura del diputado instalado en Bruselas. Acelerando los obstáculos legales, ponen a ERC entre la espada de la desobediencia y la pared de JxC, enrocada en Puigdemont o Puigdemont.

Roger Torrent, presidente del Parlament tiene escaso margen de maniobra. Sólo una renuncia de Puigdemont a la investidura le permitiría maniobrar sin riesgos para evitar el primer choque con el TC de su mandato. Por una parte, parece difícil argumentar en contra del derecho del diputado Carles Puigdemont a aspirar a ser investido presidente de la Generalitat. Por la otra, es dudoso que ERC esté en condiciones de desairar a Puigdemont y a sus votantes a la primera de cambio.

Todos los escenarios tienen efectos perniciosos, excepto uno, probablemente: obtener la renuncia de Puigdemont a su megalomanía política. Y sólo hay una persona en condiciones de reclamarle un gesto de esta relevancia con ciertas probabilidades de éxito: Oriol Junqueras. El ex vicepresidente de la Generalitat comparte con Puigdemont la legitimidad de haber formado parte del gobierno cesado por el artículo 155 y de haber dirigido conjuntamente el Procés; además, ante el movimiento independentista tiene a su favor la dignidad de haber asumido la responsabilidad de presentarse ante la justicia para asumir sus actos, pagando un alto precio personal y político con su larga estancia en prisión preventiva. En su contra, Junqueras tiene el haberse enfrentado a Puigdemont cuando éste parecía dispuesto a convocar elecciones para evitar la proclamación de una república ilusoria.

ERC siempre ha mantenido que Junqueras es la alternativa a la presidencia de no poder ser investido Puigdemont, a pesar de permanecer todavía encarcelado y con la pretensión de Soraya Saénz de Santamaria de negarle también este derecho. Aún con esta amenaza en el aire, es muy atrevido pensar que Puigdemont aceptará sin más a renunciar a sus aspiraciones para dejar vía libre a su rival electoral; a su vicepresidente, con el que mantuvo y mantiene notorias diferencias. El gesto de Junqueras exigiría, para funcionar, un sacrificio conjunto en nombre de la patria y como garantía para preservar el futuro del independentismo. Nadie podría acusar al líder de ERC de traidor a la causa, ni mucho menos Puigdemont instalado en la libertad de Bruselas, si la petición al ex presidente de la Generalitat llegara acompañada de la renuncia propia.

Está por ver que Junqueras esté dispuesto a retirarse, mucho menos se puede aventurar que el diputado belga fuera a atender de su socio y rival una petición tan atrevida, patriótica y justificada obtener el levantamiento del 155 y la normalización de las instituciones catalanas. Sin embargo, la alternativa, la simple frustración de los planes de Puigdemont, sea por el método que sea, es de consecuencias imprevisibles y muy negativas para Cataluña, en cualquier de las hipótesis.

De aceptar ERC la presión del TC, consiguiendo convencer a JxC de presentar a otro candidato, posibilidad extremadamente difícil por la reacción de los diputados fieles a Puigdemont, éste podría rebelarse y alzando la bandera del único presidente legítimo, desautorizando diariamente desde Bruselas al gobierno legal de Cataluña.

La negativa republicana a jugarse nuevas imputaciones podría provocar la resistencia de JxC a ofrecer una alternativa viable, forzando la repetición de las elecciones, salvo en el escenario, altamente improbable, en el que ERC se atreviera a formar un gobierno sin el grupo parlamentario de fieles a Puigdemont. Unos nuevos comicios tras intentar abandonar unilateralmente a Puigdemont podrían suponer un desastre para ERC.

Y si Puigdemont se presenta ante el juez para ser encarcelado y poder solicitar de inmediato el permiso para asistir a su sesión de investidura, apelando al precedente del tribunal superior de Navarra, las posibilidades de salir investido aumentan, aunque solo teóricamente, vista la determinación del gobierno de impedir cómo sea la proclamación de Puigdemont. Esta eventualidad plantearía el reto de mantener en prisión al presidente de la Generalitat, abocando al país en la práctica a un gobierno sin presidente. Justamente esta probabilidad es la que explica el último movimiento del consejo de ministros.

La variante de que le fuera denegada la autorización para acudir al pleno, podría llevarnos también al escenario electoral, con la sospecha de una nueva victoria de Puigdemont, quedando atrapados en un bucle infinito. El plan para investirlo en ausencia es el más perjudicado por la suspensión automática del TC y el más atractivo para Puigdemont: su presidencia sería reconocida por millones de catalanes, mientras él, tras formar un gobierno en el exilio, recorrería Europa como presidente legítimo de la Generalitat.