El protagonista absoluto de este viejo juego de enredo es Carles Puigdemont, unas veces haciendo de gato y otras de ratón. Tras los días graves vividos entre los plenos del mes de septiembre y el ingreso en prisión preventiva de Oriol Junqueras y el resto de dirigentes independentistas que acudieron a la cita con los tribunales, el 21D abrió un periodo de cábalas y excentricidades que debería finalizar como muy tarde el 31 de enero, cuando se vaya a comprobar si el diputado propuesto para la investidura se presenta ante el pleno del Parlament o si fuerza el reinicio del juego provocando unas nuevas elecciones, enrocándose en su pretensión de único presidente legítimo.  

El juego seguirá girando alrededor del protagonista belga hasta aquella fecha. En su condición de huido de la justicia española, Puigdemont asume el rol del ratón desafiante y parlanchín con el que obtiene el aplauso fácil de sus seguidores personales a los que infunde la esperanza de un retorno seguro de conseguir la investidura. Cómo líder de JxC, su grupo parlamentario privado, hace las veces de gato vigilante de ratones ambiciosos, predispuestos a comerse el queso presidencial en cuanto se materialicen los obstáculos de asumir la presidencia sin regresar a Barcelona. Como socio de ERC, el papel que le corresponde es el del ratón que no consigue obtener las plenas garantías del gato republicano, poco hablador, esquivo ante el peligro de tener que arriesgar ninguna otra imputación en sus filas por sostener al límite la legitimidad de sus aspiraciones. En su posición de dirigente del PDeCAT vuelve a ser gato distante, displicente para con unos ratones con escaso margen de maniobra, de los que espera respetuoso seguidismo a sus planes.

Los gatos cazan solos, los políticos felinos calculan los movimientos de sus colegas. La coincidencia del viaje de Puigdemont a Copenhague y el anuncio por parte de Roger Torrent de la candidatura del expresident de la Generalitat a la investidura han servido para poner de manifiesto el instinto de los cazadores prudentes, aunque algunos de éstos no sean políticos sino jueces.

La Fiscalía pidió reactivar la euroorden contra Puigdemont, aprovechando la supuesta predisposición de las autoridades de Dinamarca para poner al diputado de JxC a disposición de la justicia española. Sin embargo, el juez LLarena desatendió la solicitud del fiscal. Al fin y al cabo, Puigdemont podría presentarse voluntariamente a la convocatoria cursada por Torrent para defender su derecho a ser investido presidente de la Generalitat por la mayoría independentista de la cámara catalana. ERC no colabora con la justicia que mantiene en prisión preventiva a Junqueras, pero está lógicamente al tanto de la muy probable detención del candidato de presentarse a la sesión parlamentaria y de la poca predisposición de Puigdemont a someterse a la injusta prisión preventiva que sufre su ex vicepresidente.

En su doble papel de gato y ratón de este esperpéntico juego transmitido en directo a toda Europa, Puigdemont es consciente de los intereses existentes. De la paciencia y determinación del Estado para juzgarle; de la inquietud en ERC por el pressing legitimista del que es objeto y de la voluntad de los republicanos de poner en marcha cuanto antes un gobierno real con el menor riesgo jurídico posible; de la fragilidad de la inmunidad parlamentaria, el último argumento esgrimido para mantener viva la opción de un regreso sin detención; del enojo creciente en su partido por su resistencia a aceptar la realidad y del nerviosismo en JxC ante la confirmación de que su líder no comparezca en la sesión de investidura y deban enfrentarse a la eventual elección de un sustituto entre ellos. Los gatos y los ratones de aquí parece haberse puesto de acuerdo en esperar a ver qué decide su colega belga. Total, son 10 días.