La campaña electoral no permite atisbar una salida fácil a la crisis interna de Cataluña provocada por el Gobierno Puigdemont, ampliada por el Ejecutivo de Rajoy y rematada por el Tribunal Supremo. Los sondeos no ofrecen una hipótesis consistente para la formación de un gobierno estable, alejándose la esperanza de dar el primer paso para salir del agujero negro en el que estamos; peor todavía, el 21-D podría ser un factor negativo y alargar el calvario nacional con la repetición de las elecciones.

Intuyendo los malos augurios, Inés Arrimadas y Miquel Iceta han aventurado un gobierno de independientes transversales de prestigio para liderar el proceso de reconstrucción de la confianza en el país; un desiderátum de buenas intenciones que deberá quedar para más adelante, dadas las circunstancias. Las circunstancias son complejas y las heridas muy recientes para encarar fórmulas civilizadas de estabilidad gubernamental que exigen cooperación entre adversarios en pie de guerra. Sería una gran sorpresa que prosperase una operación a la europea.

Las consecuencias civiles, políticas y económicas del choque producido entre la Generalitat y el Estado español empiezan a emerger en toda su magnitud y gravedad. Este desalentador panorama interno se completa con la acción judicial que puede condenar y arruinar a cientos de dirigentes políticos independentistas de cumplirse las peores expectativas, condicionando, a su vez, por un par de legislaturas, la vida parlamentaria como resultado de encarcelamientos o inhabilitaciones.

La sombra del Proceso será mucho más larga e intensa de lo que se podían imaginar defensores y detractores del mismo. Algunos estudios de opinión de carácter cualitativo detectan un sentimiento de humillación en los ciudadanos inédito hasta ahora en la sociedad catalana. Unos catalanes expresan su disgusto por haberse sentido menospreciados y amenazados en sus derechos por la mayoría política independentista y estos otros catalanes muestran su enojo por creer pisoteados sus derechos por el estado. El desasosiego  generalizado por una u otra razón supone una incógnita muy relevante a la hora de prever el comportamiento electoral, además de ofrecer una peligrosa base para la venganza política. La reconciliación es urgente, pero exige calma y tiempo.

El otro factor significativo de la campaña ha sido Carles Puigdemont y su candidatura de fieles reclutados de todas las familias independentistas, incluidos militantes de ERC. Este intento fallido de plataforma al estilo Macron ha producido su efecto. Las encuestas predicen una remontada en votos y escaños de la lista de JxC, respecto de las pobres previsiones del Pdecat, perjudicando directamente las aspiraciones de ERC. El caballo de Troya construido por Puigdemont, en represalia a la negativa de Junqueras de aceptar la repetición de Junts pel Sí, abre las puertas a una gran sorpresa política: la victoria al menos en votos de Inés Arrimadas.

Comienzas las cuentas y los números no salen

El éxito de Ciudadanos sería mayúsculo, de confirmarse esta hipótesis. La primera victoria electoral desde el restablecimiento de la Generalitat de un partido que no forma parte del catalanismo político sino todo lo contrario, que nació para combatir los grandes consensos sobre lengua, enseñanza y cultura establecidos por el catalanismo, tendría un efecto social y político difícil de calcular. Sin embargo, se prevé muy complicada la formación de un gobierno presidido por Arrimadas; no sería suficiente ni con el apoyo de PP-PSC (en el caso improbable de que los socialistas cambiaran de parecer y apostaran por C's); ni la abstención de los Comunes les serviría de nada, dado que la suma independentista siempre supera los 65 diputados en las encuestas y el bloque constitucionalista no alcanza nunca esta cifra.

La amenaza del susto Arrimadas no suaviza el discurso radical emitido desde Bruselas por Puigdemont. Este, impide al tándem virtual formado por Junqueras desde la cárcel y Marta Rovira desde la televisión establecerse en la discreta moderación del aspirante a gobernar con socios no estrictamente independentistas. De todas maneras, la pérdida de peso parlamentario de Cataluña en Común, pronosticado por los sondeos, haría imposible la suma de la izquierda, incluso en el supuesto especulativo de querer y poder ampliar el pacto a los socialistas.

A pesar de la lucha interna entre independentistas, la suma de sus candidaturas apunta a la minoría mayoritaria, contando siempre con la colaboración de la CUP. Las afrentas infringidas entre los antiguos socios no parecen lo bastante sangrientas, de momento, como para justificar una nueva decepción al movimiento popular que los apoya, renunciando a gobernar juntos. La campaña está todavía viva, con tiempo suficiente para comprobar si ERC mantendrá la corrupción fuera del rifirrafe electoral, aun viendo acercarse peligrosamente en los sondeos a JXC, y si los republicanos soportarán el chantaje emocional al que están siendo sometidos por Puigdemont al exigirles su reelección como presidente (aunque tenga menos diputados que ellos) para dar continuidad a la legitimidad institucional que dice encarnar. Lo contrario, advierte, sería una victoria del 155