Josep Tarradellas fue un animal político desde su juventud hasta su muerte. De un joven republicano e independentista, aceptó ser nombrado marqués por Juan Carlos I. Nacido en una localidad agrícola como el Cervelló (Baix Llobregat) del 1899, con 15 años se trasladó con su familia en Barcelona, donde entró a trabajar como dependiente de comercio y se adhirió en el Centro Autonomista de Dependientes de Comercio e Industria (CADCI), una madriguera republicana y catalanista, muy cercano a las tesis independentistas, no demasiado mayoritarias entonces.

Ser del CADCI le sirvió para estudiar idiomas (francés e inglés), así como aritmética y contabilidad, dos materias importantes por una persona que trabajaba detrás un azulejo y que querría prosperar haciéndose viajante de comercio.

La política ya le gustaba y el joven Tarradellas pronto escala posiciones en el CADCI y llegó a ser su secretario de propaganda.

Con 20 años fundó los semanarios Abrandament y L’Intransigent. Políticamente, formó parte de la Federació Democràtica Nacionalista y de la Joventut Nacionalista La Falç. Era un joven comprometido con el independentismo, aunque mantenía posiciones críticas con algunas de las acciones llevadas a cabo por algunos de los grupos, como el atentado fallido contra el rey Alfonso XII, conocido como el complot del Garraf, que llevó Francesc Macià al exilio.

El primer secretario general de Esquerra Republicana
Cuando el abril de 1931 diferentes partidos republicanos, federales e independentistas, con Macià y Lluís Companys como grandes inspiradores, fundó Esquerra Republicana, Tarradellas es uno de los hombres que pasan a primera línea y fue escogido secretario general. Con la proclamación de la II República y la constitución del Gobierno de la Generalitat, Macià lo hizo consejero de Gobernación y de Sanidad. Pero por las diferencias ideológicas con Macià dejó ERC con un grupo de notables para fundar el Partit Nacionalista Republicà d’Esquerres (PNRE), agrupados al diario L’Opinió, pero a raíz de los hechos de octubre de 1934, retornó a ERC. Tarradellas apoyó a Companys, a pesar de que las relaciones políticas entre ellos dos tampoco nunca fueron cordiales.

Con la amnistía del Frente Popular, Tarradellas volvió a la Generalitat y pasa a ser uno de los hombres de confianza política de Companys, quién lo nombró consejero de Servicios Públicos, de Economía, presidente del Gobierno (con competencias sobre economía y cultura) y, finalmente, volvió a ser consejero de economía. Su tarea como consejero será recordada como quién aprobó la ley del aborto, pero también la colectivización de las industrias de guerra. Sus relaciones con los comunistas siempre fueron pésimas, así como con los anarquistas. De aquella época lo hizo ser anticomunista y antilibertario.

Un largo exilio en Francia
El enero de 1939 se exilió en Francia y durante la ocupación nazi se escabulló de un encarcelamiento yendo a Suiza. Con residencia a la pequeña localidad de Saint-Martin-Le-Beau, fue escogido presidente de la Generalitat en 1954, en una reunión de parlamentarios en México. A diferencia de su antecesor al exilio, Josep Irla, no nombró nunca un gobierno. La Generalitat era él. Por eso, se alejó de ERC y otras formaciones políticas al exilio, aunque mantuvo lazos con dirigentes de Esquerra, tanto del exilio como del interior. Su cortijo en Francia era un lugar de peregrinación de los pocos catalanes politizados que conocían de su existencia. Con unas finanzas muy magras, recibía “ayudas” económicas desde el interior. Jordi Pujol lo visitó varias veces, pero nunca congeniaron, pues para Tarradellas Pujol era demasiado ambicioso y sabía que quería ser presidente de la Generalitat. Además de políticos, Tarradellas era visitado por industriales como Manuel Ortínez, un empresario del textil muy relacionado con las autoridades franquistas. Con quien lo visitaba, el presidente al exilio mantenía largas conversaciones, que después su esposa, Antonieta Macià, resumía en unas notas mecanografiadas. Tarradellas siempre sintió simpatía por Charles de Gaulle, a quien admiraba profundamente. Además, seguía las enseñanzas políticas de otro francés, Montaigne, y era un lector de los Ensayos. La obra de Montaigne refleja la imagen de un hombre sincero, culto e inteligente que aspira al equilibrio moral.

Con la llegada de la transición, las fuerzas políticas catalanas apostaron, algunos con más entusiasmo que otros, por su regreso. Tarradellas, que había vivido recluido en su casa de Francia tenía un objetivo: volver a Cataluña como presidente. Y lo consiguió. Saltándose todas las leyes vigentes, Adolfo Suárez lo nombró presidente de la Diputación de Barcelona y con un decreto reinstauraba la Generalitat, la única institución republicana que permaneció de pie durante la monarquía de Juan Carlos. Desde el 23 de octubre de 1977 hasta las elecciones al Parlamento de 1980 presidió un gobierno unitario de las fuerzas democráticas. Se negó a encabezar una lista partidaria, a pesar de los ofrecimientos tanto de ERC como de algún otro. Él quería ser la cabeza de lista de todos los partidos, lo cual no fue aceptada. Tarradellas fue un animal político con un olfato privilegiado para entender ningún donde soplaban los vientos. El rey acabó haciendo marqués a un republicano, independentista de joven. El título nobiliario lo ostenta ahora su hijo.

Originalmente este artículo ha sido publicado en catalán, en nuestra edición ELPLURAL.CAT