Hace ya cinco largos, cansinos e interminables años, en Cataluña todo comenzó como si se tratase de una película de aventuras muy poco o nada creíble. De unas aventuras entre bíblicas y homéricas, protagonizadas por un Artur Mas como émulo de Moisés dirigiendo a su pueblo hacia una utópica tierra prometida o como trasunto de Ulises en su mítico viaje a Ítaca. En ambos casos, conviene precisar, con un desconocimiento absoluto de las enormes adversidades y penalidades de todo tipo que esas aventuras representaban, no precisamente con finales felices.

Luego, durante este último lustro de infausta memoria, en Cataluña hemos vivido y sufrido una sucesión prácticamente ininterrumpida de toda clase de espectáculos, por desgracia todos ellos de muy baja o nula calidad artística. Hemos padecido tragedias, comedias, dramas, autos sacramentales, números de circo, ejercicios de mimo, esperpentos, óperas bufas, piezas de teatro del absurdo, comedias de enredo, tragicomedias, vodeviles, juegos malabares y de magia, fuegos de artificio…

Es harto evidente que la mayoría de los ciudadanos catalanes no nos lo hemos pasado nada bien durante este último lustro, entre otras razones porque no nos han dejado descansar; estamos más que hartos de tanto y tan mal espectáculo, de tanto aburrimiento a causa de la repetición imparable del monotema que ha paralizado y sigue paralizando aún toda la vida política, institucional, cultural, social y económica de Cataluña, el tan traído, llevado y obsesivo proceso de transición nacional.

Sobre todo porque todo este tan largo proceso ha representado y todavía sigue representando una pérdida irreparable de tiempo y de energías humanas, económicas y materiales que en buena lógica se hubiesen tenido que haber destinado a resolver, o al menos a intentar mitigar, la infinidad de problemas de toda índole que aquejan al conjunto de la sociedad catalana, en especial a todos aquellos sectores que se han visto afectados con mayor dureza por la crisis social, económica y financiera que hemos padecido durante estos mismos años. Unos efectos devastadores, que en parte explican este proceso secesionista, pero que en modo alguno lo han podido ocultar o enmascarar, como al parecer pretendían, a través del fácil recurso del populismo, los máximos dirigentes del mismo proceso.

Estamos más que hartos de tanto y tan mal espectáculo, de tanto aburrimiento a causa de la repetición imparable del monotema que ha paralizado todo

En lo que por suerte parece ser, por fin, la recta final de este proceso, hemos llegado ya a un extraño e inesperado remedo de un auto de fe, aquellos actos en los que los condenados por la llamada Santa Inquisición abjuraban de sus pecados para que sirvieran de ejemplo.

El fulminante cese como consejero Jordi Baiget, un nacionalista y convergente histórico, ha puesto más en evidencia las notorias divergencias internas entre buena parte de los dirigentes de la antigua CDC, con sonoras salidas de tono de personas tan poco sospechosas como los ya condenados Francesc Homs y Joana Ortega, o la aparentemente máxima líder del actual PdeCat, Marta Pascal. Todos ellos, al igual que los por ahora aún consejeros Santi Vila, Jordi Jané y Meritxell Ruiz, entre otros, están también en la lista de posibles desafectos, simplemente porque tienen fundadas dudas sobre este desatinado y desnortado proceso secesionista.

Aunque con este cese el presidente Carles Puigdemont haya querido demostrar su autoridad, en realidad ha mostrado su cada vez más obvia debilidad política e institucional. De ahí que pocos días atrás anunciase algo así como una película de terror: “Les damos miedo, y más miedo les vamos a dar”, dijo dirigiéndose al Gobierno presidido por Mariano Rajoy –por cierto, corresponsable de la situación a causa de su sobradamente reconocida apatía política, incapaz de afrontar con valentía un gran asunto de Estado como el que está planteado en Cataluña desde que el PP consiguió que el Tribunal Constitucional invalidase gran parte del nuevo Estatuto catalán tras su preceptiva aprobación por las Cortes Generales y su público refrendo por parte de la ciudadanía de Cataluña.

Lo peor es que, habida cuenta de lo que nos anuncian unos y otros, después de esta suerte de auto de fe y de las películas de terror, se nos viene encima algo así como una serie de cine bélico o, no sé si es o no peor, de películas de monstruos. Lo cierto es que nos aguarda un verano que invita a exilarse…