Como corresponde a una formación política casi nonagenaria -fue fundado en marzo de 1931 en Barcelona-, la muy larga historia de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) ha tenido aciertos y errores, periodos de grandes éxitos electorales durante la Segunda República, una muy prolongada época de duro y obligado silencio impuesto por la represión de la dictadura franquista, y una dilatada recuperación ya en nuestro actual Estado social y democrático de derecho. ERC es ahora un partido político con gran implantación territorial y que cuenta asimismo con amplias parcelas de poder institucional, no solo en los últimos gobiernos de la Generalitat presididos sucesivamente por Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra sino también en algunas diputaciones, en numerosos consejos comarcales y en muchos ayuntamientos catalanes. Reforzada con los resultados de las elecciones generales del pasado 10-N, con su victoria en las cuatro circunscripciones catalanas tanto al Congreso como al Senado, ERC se enfrenta ahora a una decisión política histórica, que sin duda va a marcar, a corto, medio e incluso a largo plazo, tanto el futuro de ERC como el de la vida institucional y política, como es obvio en primer lugar en la misma Cataluña pero asimismo en el conjunto de España.

Dudo mucho que yerre en mi pronóstico, pero en estos momentos pienso que en la dirección de ERC -que tiene su máximo exponente en la persona de Oriol Junqueras, en la prisión de Lledoners en cumplimiento de una dura condena- está tomada ya la decisión de apoyar, aunque solo sea mediante la abstención de sus diputados en el Congreso, la investidura presidencial del socialista Pedro Sánchez, al frente del primer gobierno de coalición progresista y de izquierdas constituido desde la restauración de la democracia española. En sus primeros años de existencia ERC votó siempre a favor de la constitución de gobiernos españoles progresistas y de izquierdas, y en no pocas ocasiones incluso formó parte de ellos con algunos ministros -el mismo Lluís Companys como ministro de Marina, por ejemplo-. Sería una traición de ERC a su propio historial impedir ahora la investidura de Pedro Sánchez, que por otra parte podría conducirnos a la convocatoria de unas terceras elecciones anticipadas, de resultado hoy por hoy imprevisible pero que todo apunta que podría contribuir al crecimiento de la opción ultraderechista de Vox.

A ERC no pueden temblarle ahora las piernas. Aunque la muchachada incívica de las CUP invada y ocupe su sede, aunque desde el separatismo más cerril se ataque y descalifique al partido, a sus dirigentes y a todos sus militantes como “botiflers” y otros insultos semejantes, ERC sabe que de su decisión en los próximos días dependen muchas, muchísimas cosas. Naturalmente no la independencia de Cataluña. Tampoco la resolución inmediata del doble y grave conflicto político catalán, interno y externo, entre la ciudadanía catalana y en la relación entre Cataluña y el resto del Estado español. Se trata tan solo de no cerrar más puertas ni ventanas, de no encerrarse una vez más en posiciones maximalistas y que no se corresponden con la realidad. A corto, a medio y hasta a largo plazo ERC sabe muy bien que no encontrara ninguna otra posibilidad de diálogo con voluntad de negociación y vocación de acuerdo como el que ahora se le presenta si finalmente hace posible la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno de España.

Los cantos de sirena que le llegan a Oriol Junqueras en su celda de la cárcel de Lledoners provienen sobre todo de la lujosa mansión en la que reside el fugado Carles Puigdemont, que dejó plantados a muchos de los miembros de su gobierno -con su vicepresidente Junqueras a la cabeza- mientras él se largaba con viento fresco y en secreto, sin tener ni tan siquiera la mínima dignidad personal de comunicárselo.

ERC no puede perder esta oportunidad política. Si acierta en la decisión, tal vez acabe de una vez con el monopolio que el nacionalismo conservador y de derechas ha ejercido en el catalanismo durante los últimos cuarenta años.