La ingeniosa declaración de independencia de Cataluña que incluía disimuladamente una renuncia a ejercerla se hizo sobre la nada más absoluta, según Gabriela Serra, una de las diputadas de la CUP en octubre de 2017. No puede decirse que esta revelación sea una sorpresa, ni siquiera ha sido matizada por sus socios de entonces y de ahora, entre otras cosas, porque, como poco, el gobierno de Carles Puigdemont y los diputados de Junts pel Si (CDC,ERC, Demòcrates de Catalunya y Moviment d’Esquerres) también estaban al caso de la inexistencia de ninguna estructura de estado y de ningún compromiso de país alguno para reconocer al eventual nuevo estado, ni tal solo la Rusia de Putin.

“Se decidió que no dijésemos que no había nada preparado”, admitió Serra en el programa Cafè d’Idees de TVE en Cataluña. El concepto de mentira útil ya fue manejado abiertamente por algunos estrategas de la causa durante las semanas álgidas del Procés, sin embargo, ahora la ex diputada de la CUP cree llegado el momento “de explicar esta verdad que no se ha contado”. En realidad, casi todo los implicados estaban al caso de la improvisación que sostenía aquella DUI.

Era algo más que una sospecha porque estaba avalada por el resultado y por las múltiples confesiones off de record que han alimentado crónicas y libros de aquellos días de exacerbación patriótica. El hecho que sea una ex dirigente de la CUP quien asuma cinco años después que la improvisación no era un sambenito colgado por los adversarios del secesionismo sino una leyenda viva de la incompetencia de los dirigentes del Procés permite certificar el desencuentro en el que sobrevive el independentismo.  

La leyenda de aquella jornada histórica por motivos diversos recoge una reunión previa al pleno de independencia en la que el entonces consejero de Exteriores de la Generalitat, Raül Romeva, compartió con el grupo parlamentario de Junts pel Sí la inexistencia de ningún apoyo diplomático a la DUI. Los presentes deben recordar emocionados las lágrimas de la presidenta del Parlament, Carmen Forcadell, al tener constancia del fracaso de todas las gestiones y de la confusión creada por múltiples declaraciones optimistas del gobierno Puigdemont en sentido contrario a la realidad.

Según parece, al grupo de la CUP también se lo contaron, pero ni unos ni otros hicieron saber a sus seguidores que estaban a punto de escenificar una parodia. Ni advirtieron a TV3 de la relatividad de la DUI, de tal manera que la televisión pública catalana mantuvo toda la tarde una cámara fija para inmortalizar el instante en el que la bandera española fuera arriada de la azotea del Palau de la Generalitat. Lo que siguió es historia conocida, tanto el desconcierto de los fieles como las consecuencias penales para los protagonistas.

La verdad desvelada por la CUP llega en plena efervescencia de la rocambolesca vía rusa a la independencia, sobre cuya trascendencia y credibilidad se extienden algo más que dudas razonables. En todo caso, la trama rusa es un relato muy de acorde con el tono general del Procés, plagado de contradicciones y exageraciones. Uno de los más activos en la construcción del espejismo, junto a Puigdemont, fue Raül Romeva, el conseller de Exteriores que no consiguió ningún apoyo al hipotético nuevo estado, aunque esta constatación no le libró de ser condenado por sedición por el Tribunal Supremo.

De todas maneras, un año antes de los hechos de octubre de 2017, en un viaje a los Estados Unidos, Romeva dejó formulada ante las cámaras de la CNN una declaración sintomática del Procés, un aviso para navegantes escépticos. “Tarde o temprano”, dijo, “la realidad se va a imponer y va a demostrar que no hay una voluntad secesionista, si no al revés, de buscar nuevos marcos de acuerdo; ni hay una voluntad rupturista, si no al revés, de aumentar todavía mucho más la interconexión y de entendimiento y de diálogo, y con el primer actor con el que nos vamos a entender es con el Estado español”. La CUP todavía creía en aquel momento que la seriedad imperaba en los trabajos preparatorios de la independencia.