Mariano Rajoy puede salvar su trono en ruinas gracias a los peros de los partidos independentistas y a las condiciones leoninas planteadas por el dúo Puigdemont-Torra. El ex presidente de la Generalitat y el presidente en el cargo plantean al PSOE dinamitar el estado de derecho, exigiéndole al hipotético jefe de gobierno salido de la moción de censura la liberación de los políticos presos y el retorno de los ex consejeros huidos.

La suposición de un poder ejecutivo capaz de influir en el Tribunal Supremo saltándose la regla de la independencia judicial es muy propia de algunos dirigentes independentistas. La plasmaron en la ley de Transitoriedad hacia el estado propio, suspendida por el Tribunal Constitucional, al diseñar un sistema de elección de la judicatura en manos del presidente de la república. Puigdemont-Torra le piden a Pedro Sánchez que haga exactamente lo que critican a diario al gobierno del PP, olvidando que la única vez que hasta el momento el ministerio fiscal ha contradicho al juez, al solicitar la libertad provisional de Joaquim Forn por motivos de salud, aquel se negó en redondo. El presidente de la Generalitat y su alter ego esperarían del presidente Sánchez lo contrario de lo que elogian al gobierno alemán.

Formalmente, el teórico presidente de la república catalana y el presidente de la Generalitat autonómica no tienen autoridad directa sobre los grupos parlamentarios independentistas en el Congreso, cuyos dirigentes anunciaron inicialmente y apresuradamente su apoyo a la moción. De no corregirse esta disfunción en el frente independentista, el desaire sería de tal magnitud como para romper definitivamente el frágil equilibrio entre Torra y los dos partidos tradicionales del soberanismo, especialmente con ERC y su presidente, Oriol Junqueras, quien desde la cárcel, acaba de desmarcarse de nuevo de su estrategia de tensión permanente.

En prevención de males mayores, republicanos y neoconvergentes han ido planteando algunos peros al entusiasmo del primer momento por la posibilidad de derrotar a Mariano Rajoy. Para todos ellos, la censura del presidente del gobierno del PP es una prioridad pero no hasta el punto de cambiar a Rajoy por otro igual, ha dicho la coordinadora del PDeCAT, Marta Pascal, en referencia al apoyo del PSOE al 155 y a un eventual coincidencia en el voto con Ciudadanos. Joan Tardà, el portavoz de ERC en el Congreso, se parapetó en una posición similar: queremos votar a Sánchez pero primero deberá corregir sus ofensas a Cataluña. Muy en la línea del PNV, que también se declara predispuesto a considerar su voto afirmativo, siempre que el candidato socialista modifique la política territorial del estado.

La posición del PSOE es la de no negociar y obtener de ERC, PDeCAT y PNV un apoyo sin concesiones para evitar caer en contradicción flagrante con su defensa cerrada de la unidad de España. El voto gratis es un desiderátum que implica que la contradicción sea asumida por la otra parte. Para evitar que los independentistas vayan a ofrecer una carta blanca a Sánchez, ya se alzaron las voces de Puigdemont-Torra, y aunque al final sus advertencias quedaran en nada, siempre estarán ahí los derrotados del PP y los desairados de Ciudadanos para recordar que el voto gratis no existe, aunque solo sea para dar vida a un argumento electoralista de eficacia terrorífica, el de la venta de España por unos meses de estancia en la Moncloa.

El voto gratuito de ERC y PDeCAT a Sánchez supondría realmente una maniobra atrevida de la que obtendrían muy probablemente dos resultados de cierto valor a medio plazo, no tanto para solventar el conflicto territorial sino para reanimar el Procés. El primero, ahondar en la brecha entre los partidos clásicos de la Transición, PP-PSOE, debilitando su frente constitucionalista; el segundo, reforzar las posibilidades de una victoria electoral de Ciudadanos, toda una garantía de mayor dureza del estado frente a las reivindicaciones soberanistas, un factor imprescindible para la movilización popular permanente, aunque, en realidad, esta no sea la estrategia de los partidos sino la del tripartito formado por Puigdemont-Torra, la ANC y los comités de defensa de la república. Todo muy confuso.

Nada de estas dos cosas pueden interesar demasiado al PSOE: ni aparecer como el Judas de España ni reforzar las aspiraciones de Rivera para que este impida el más mínimo diálogo sobre la reforma constitucional. Se supone que el PSOE no está en condiciones de enfrentar una campaña de estas características y prefiere otra no menos interesante: Rajoy y la corrupción siguen gobernando gracias a la pusilanimidad de Ciudadanos, dada nuestra firmeza en no negociar con los partidarios de la secesión. Tampoco la abstención va a salir gratis, deben pensar en Ferraz, pero el margen de error de Sánchez para salvar también su cabeza en esta circunstancia en la que su reforzamiento personal depende del voto de su adversario es muy pequeño.