El Mobile se ha convertido en el escenario internacional del concurso de gesticulación en curso entre los dos bandos operativos en el conflicto catalán. Los magnates del negocio de la tecnología, presidentes de grandes compañías, del Banco Mundial y de la poderosa GSMA, la asociación que actúa de paraguas del congreso, quedaron atónitos con el espectáculo de la desavenencia política e institucional. A gestos no hay quien les gane, sin embargo, en cuanto a la capacidad para manejarse en el mundo de los dirigentes económicos, el prestigio colectivo de la clase política española y catalana más bien descendió algunos enteros. 

Las protestas en la calle, por el contrario, no suponen mayor inconveniente para unos profesionales de los acontecimientos internacionales. Están acostumbrados. La diferencia con Davos, el ejemplo más recurrido estos días para quitar hierro a las concentraciones, se concretaba por algunos de los presentes subrayando la diferencia más relevante, allí no hay ninguna autoridad suiza que ponga en peligro la continuidad del evento; los disturbios son protagonizados por la internacional anti sistema, con protagonistas llegados de toda Europa, pueden ser una molestia pero no implican una amenaza a la estabilidad de los acuerdos entre gobiernos y promotores.

Las autoridades rebeldes, la alcaldesa de Barcelona y el presidente del Parlament, afinaron el grado de protesta ante el Rey para no ofender a los promotores del Mobile, los auténticos anfitriones de la cena, sin conseguirlo, según el runrún de las mesas. No recibieron al monarca a su llegada al Palau de la Música, pero cenaron con él, educadamente, luego ni unos ni otros intercambiaron palabra para hacer evidente el enojo. La verdad es que tienen muy poco que decirse, dado que unos y otros están sujetos a realidades diferentes (negadas mutuamente) y a códigos particulares.    

El rey trabaja a jornada completa para la salvaguarda de una Constitución ineficiente para resolver el problema de fondo; Ada Colau está en modo defensivo para no empeorar sus perspectivas electorales con algún movimiento que le aleje de la equidistancia (no doy la mano pero ceno con el Borbón para no asustar a los clientes del Mobile); Roger Torrent solo piensa en impedir que Puigdemont pueda ser objeto de ninguna investidura ni amago de reconocimiento ilegal que pudiera comprometer su carrera política recién estrenada. Cada uno de los protagonistas se dirige a públicos diferentes, aunque la audiencia presente en la sala no pudiera entender probablemente la actitud de ninguno de ellos.   

Las dos mini-Cataluñas se movilizaron para apoyar a sus representantes. El independentismo para recordarle al rey que no es bien recibido por su olvido del desastre humano del 1-0 en su comparecencia televisiva para ordenar al Estado una lucha sin cuartel contra la secesión y sus defensores. Las gentes de Tabarnia para aclamar al monarca que encarna la unidad de España sin concesiones a los viejos conflictos de singularidad y pluralidad. Entre los unos y otros, mil (1.000) personas mal contadas salieron a la calle.

Poca gente, dados los precedentes. En parte porque la principal máquina movilizadora del soberanismo estaba reunida en asamblea para decidir su hoja de ruta particular. La ANC decidió seguir asumiendo el papel de partido legitimista de Puigdemont, fijándose como objetivo el despliegue de la república no proclamada, casi al estilo CUP, cuya organización callejera, los comités de defensa de la república (CDR), les están usurpando el protagonismo en la fase de resistencia al estado.

Una vez abandonada la vía de la desobediencia hacia la independencia por improbable, los esfuerzos parecen concentrarse en el objetivo de desestabilizar al Estado español hasta que no tenga más remedio que rendirse a las pretensiones de la mitad de los catalanes. La propuesta de Oriol Junqueras de intentar recorrer el trayecto constitucional hasta ver a dónde conduce no parece despertar demasiado interés entre un público muy acostumbrado a la épica, aunque sea a base de promesas infundadas. Solo la dirección de ERC parece estar anclada en el realismo y en la prioridad de acercarse a los Comuns para ampliar la base soberanista. Están tan convencidos los republicanos de ello que no hay que descartar un gesto en forma de promoción de un independiente en el nuevo gobierno que sea bien visto por Catalunya en Comú.  

Esta misma semana el Parlament cumplirá con otro gesto imprescindible, un trámite obligado para iniciar la legislatura con la elección de un presidente y la formación de su gobierno: reconocer de la forma más confusa posible que Puigdemont no podrá ser investido por la cámara catalana, a pesar de ser la gran promesa electoral de JxC, señalar al TC como un obstáculo insalvable y antidemocrático y ofrecerle al diputado agraviado un homenaje político. Si todo es a su gusto, Puigdemont asumirá su papel de guía en la lejanía y teatralizará su conformidad con que todo siga su curso.