El gobierno de Quim Torra no acaba de digerir el cambio de inquilino de la Moncloa. La resurrección del vocablo conversar incomoda a una Generalitat instalada desde hace meses en la denuncia de la persecución estatal al independentismo. La sobreactuación exhibida en Washington, la explotación a destajo del derecho de autodeterminación, durante largo tiempo en el cajón de las malas ideas, y el boicot a Felipe VI ejemplifican la desorientación que les aqueja ante la reunión con el presidente Sánchez, cuya paciencia se pretende poner a prueba con este cúmulo de incidentes.

La coincidencia de la oferta de deshielo de Sánchez con el traslado inminente de los dirigentes encarcelados a prisiones catalanas configura un escenario para el que Torra no está preparado y Carles Puigdemont no quiere, porque contradice su mensaje. Torra es un presidente solitario, sin equipo propio, sin experiencia política, aislado de ERC y PDeCAT, pendiente totalmente de Puigdemont y que suele decir lo que diría la CUP; un político nuevo al que le cuesta disimular sus desajustes con el resto de protagonistas, que, por su parte, no hacen el mínimo esfuerzo para protegerle.

Los dirigentes republicanos y los neoconvergentes están más pendientes estos días de sus congresos y de imponer sus tesis contemporizadoras a las bases que de los patinazos de Torra. Hay mar de fondo en los dos partidos por los muchos submarinos legitimistas partidarios de Puigdemont, mucho más proclive a arrojar diariamente unas gotas de gasolina al conflicto que de promover el diálogo. La cancelación del encuentro entre Sánchez y Torra sería un éxito para el expresidente pendiente de la justicia alemana, tendría el valor de un bidón entero de combustible. Torra lo interpreta a su manera, intentando colocar en la agenda del encuentro pretensiones impropias para forzar el error del presidente del gobierno.

Las buenas noticias no alimentan el conflicto y la sola suposición de que pudiera salir algo positivo de la reunión Sánchez-Torra (tal vez alguna retirada de contenciosos constitucionales, quien sabe si una comisión mixta al estilo PNV para estudiar el memorándum de reclamaciones competenciales) inspira preocupación en el seno de la coalición independentista. De ahí, el repunte de la petición de un referéndum de autodeterminación pactado, un imposible metafísico a día de hoy, o la exigencia del cese de un embajador por contradecir la supuesta verdad de Torra.


Borrell sale en defensa de Morenés frente a Torra


El embajador de España en los Estados Unidos no le dijo a Torra nada que este no haya tenido que aguantar cien veces en el Parlament de boca de Inés Arrimadas o Miquel Iceta, quienes con mayor o menor énfasis le han señalado como mentiroso por activa y pasiva desde la tribuna. El enojo del presidente de la Generalitat y su séquito no se debe tanto al contenido del discurso de Pedro Morenés sino a la sorpresa de que una autoridad española le recriminara en directo y en la cara su interesada versión de los hechos. La voluntad de aprovechar el incidente para tensionar la recién inaugurada etapa de pacificación hizo el resto.

 “Hay políticos en prisión por violar las leyes”, afirmó el embajador. Media Cataluña lo interpreta así y la otra media los considera presos políticos. Las palabras de Morenés recogieron la media verdad de quienes siempre suelen ahorrarse la condena a la actuación policial del 1-O; y el discurso de Torra, apalancó la otra media verdad, la de quienes tienden a obviar las prohibiciones legales de aquellos hechos. Nada nuevo. Así se respira en Catalunya.

Lo nuevo es la pataleta del séquito presidencial, actuando como si se tratara del comité de defensa de la república de presidencia, desplazado al Smithsonian al efecto de internacionalizar el conflicto, aunque en esta ocasión el tiro ha salido por la culata, al provocar la suspensión de los discursos del acto inaugural del Smithsonian Follklife Festival del que Cataluña y Armenia son invitados. La petición de cese del embajador por haber dicho lo que es doctrina oficial en el Estado es simplemente una ingenuidad.