La dicotomía no ha sido del agrado de la oposición, que de forma unánime se ha sumado a las manifestaciones. Incluido el PP, que es fundamental para aprobar los presupuestos dada la debilidad parlamentaria de los nacionalistas. No ha sido del agrado de los trabajadores de la sanidad pública, que contemplan atónitos como empiezan los despidos en hospitales y ambulatorios, se reducen plazas hospitalarias y se recortan gastos hasta en los más básicos servicios a los ciudadanos. Y, no ha sido del agrado de los médicos que ven como años de esfuerzos para construir un modelo eficiente y eficaz se va al garete. El más contundente en sus críticas, el presidente del Colegio de Médicos y presidente del Consejo Asesor de Mas, Miquel Vilardell. El doctor, siempre comedido, puso voz al sentimiento de un colectivo médico –una gran parte del cual se encuentra inmerso en el mundo de CiU- con una dureza inusitada. Recortar mil millones en un año es condenar al ostracismo al sistema sanitario y empeorar de raíz el estado de bienestar construido en los últimos años.

Las críticas de Vilardell acabaron con el único argumento del Gobierno de Mas esgrimido ante los que se oponían a los recortes. Un argumento que se sustentaba en acusar de todos los males del mundo al tripartito y a la izquierda social y política de vengar su derrota en las urnas con movilizaciones zafias y barriobajeras. Ayer quedó demostrado que en la manifestación no faltaba nadie. Tampoco faltaban votantes nacionalistas. Tampoco empresarios del sector concertado que ya han avisado al conseller Boi Ruiz que no pueden acatar su plan.

Mas se había presentado, y ganado las elecciones, como el gran “desfacedor de entuertos” del tripartito. Sin embargo, en apenas 100 días su crédito se ha acabado. Ha tirado su capital por la borda al afrontar los necesarios recortes como si de un mercadillo se tratara. Un día sí y otro también, el Govern ha anunciado medidas que van desde el paroxismo a la inutilidad. Se han anunciado cierres de quirófanos, hospitales que nunca se construirán a pesar que en el territorio en el que estaban proyectados el colapso es ya evidente, se han efectuado despidos, se recortan gastos en servicios básicos para el paciente como agujas, jeringuillas e incluso el goteo del suero, se han cancelado operaciones, agrandado listas de espera, reducido el ritmo de pruebas médicas que pueden afectar a la salud de los ciudadanos y se anuncian cierres de servicios y hospitales en época estival o en fines de semana.

El Gobierno de Artur Mas no tiene reparo en utilizar las tijeras. Dicen que lo hacen para ahorrar pero ponen sordina al ahorro conseguido por el acuerdo del tripartito con los médicos en materia de recetas médicas. 260 millones de euros han llegado a las arcas de la sanidad catalana. Los médicos lo saben y han puesto el grito en el cielo.
Sin embargo, la revuelta sanitaria tendrá segundas partes. La escuela pública será el siguiente punto de confrontación. A pesar que la consejera de Educación no ha cometido los errores de su colega de Salud –como mínimo ha hecho un planteamiento político ordenado- la bronca está asegurada. No hay dinero, pero los colegios del OPUS que separan niños y niñas no tienen problema en recibir la subvención. Tampoco lo tienen los colegios de élite que siguen recibiendo unos cuantiosos ingresos extra. Mientras, la escuela pública verá anuladas las horas de refuerzo para los estudiantes, la sexta hora. La escuela concertada no. El gobierno de Mas utiliza el prisma de la igualdad para que haya algunos más iguales que otros.

Los conflictos se acrecentarán aunque Mas haya pospuesto hasta después de las elecciones los presupuestos. En los medios de comunicación públicos se temen lo peor y están velando armas. Los funcionarios de la Generalitat se agitan incómodos. De hecho, desde este mes están viendo como los interinos y los eventuales están siendo despedidos. Con este panorama, ya circula un apodo para el presidente Artur Mas Tijeras.

Toni Bolaño es periodista y analista político