Muchos de quienes mataron prematuramente a Pedro Sánchez en la guerra civil que enfrentó a los socialistas durante dos largos años no han aprendido la lección: demasiadas veces, los muertos que mata el periodismo gozan de buena salud.

Después de haber perdido primero la guerra fratricida contra Pedro y después la contienda convencional contra las potencias del eje, Susana Díaz no goza exactamente de buena salud, pero sí de ese tipo de ‘mala salud de hierro’ que encoleriza a los impacientes herederos que serán millonarios cuando muera padre o pone de los nervios a los socialistas que piensan que la secretaria general no es la mejor apuesta para reconquistar el palacio de San Telmo. “Ni cenamos ni se muere padre”, parecen decirse los críticos más ansiosos.

Cinco cosas

La celebración, ayer en Barcelona, del Comité Federal que encumbró al ministro Salvador Illa como candidato del PSC a la Generalitat no puso el foco en Díaz. Salvo alguna voz aislada, todos entendieron, como diría Pujol, que ayer no tocaba.

En realidad, pese a los legítimos esfuerzos de Alfonso Rodríguez Gómez de Celis y otros antisusanistas relevantes en subrayar el paralelismo entre el caso Iceta y el caso Díaz, demasiadas cosas los separan. Alfonso no puede no saberlo, pero también sabe que no puede no utilizarlo. Cosas que separan ambos casos:

Una: Iceta ya tenía un pie fuera de la nomenclatura catalana desde mayo de 2019, cuando el independentismo frustró sus planes de dejar Barcelona para presidir el Senado.

Dos: además de querer irse él mismo, Iceta y todo el PSC –además de las encuestas– ven en Salvador Illa el mirlo blanco que hará remontar el vuelo al alicaído socialismo catalán.

Tres: Susana Díaz no quiere irse, los socialistas andaluces están divididos sobre si debe irse o no y Pedro Sánchez, hoy por hoy ‘Cesar Imperator’ de la Roma socialista, todavía no ha movido su pulgar ni hacia arriba ni hacia abajo.

Cuatro: los contrarios a la secretaria general andaluza no son un ejército disciplinado, sino más bien un puñado de milicianos haciendo cada uno la guerra por su cuenta. No obstante, lo más probable es que cuando el coronavirus vaya remitiendo, los milicianos comiencen a agrupar fuerzas, a organizarse y a ocupar los enclaves más desprotegidos.

Cinco: el PSOE de Andalucía no tiene un Salvador Illa a mano. María Jesús Montero sigue fiel a la divisa de Bartleby el escribiente ‘Preferiría no hacerlo’; enemigo de guerras civiles, el alcalde de Sevilla Juan Espadas no se decide a desenvainar; y el diputado por Jaén Felipe Sicilia no acaba de despegar, aunque seguirá intentándolo.

Qué sabe nadie

Los críticos son conscientes de que sin el aval de Pedro Sánchez ­–da igual que sea un aval explícito o implícito, pues en estos casos todo lo implícito es interpretado como explícito– tendrán dificultades para derrotar a Díaz en unas primarias. Y además sospechan que María Jesús solo dará el paso si Pedro se lo pide; hasta donde sabemos, todavía no lo ha hecho y nadie sabe si lo hará.

¿Puede acabar Montero siendo la Illa andaluza? Es pronto para saberlo. Ella sí tiene un pasado institucional en unos tiempos hoy bajo sospecha que el ministro de Sanidad no tiene, pero está desempeñando con eficacia el empleo de ministra de Hacienda y con desenvoltura el de portavoz del Gobierno.

Mientras, Díaz arrastra la pesada losa de haber perdido la Junta de Andalucía. En política, perder el poder no es una losa más, es La Losa de Todas las Losas. Como ocurrió con Pedro Sánchez en su día, muchos socialistas andaluces y casi todos los periodistas políticos quieren que se marche, creen que debe marcharse. No cesan de empujarla para que lo haga, si bien sus razones son muy diversas: las hay políticas, orgánicas, demoscópicas, estratégicas, personales, ultrapersonales…

No todas son razones confesables, pero todas ellas suman. Ahora bien, ¿suman tanto como para dar por segura la muerte tantas veces anunciada de Díaz? A domingo 24 de enero de 2021, no. A lunes 25, cualquiera sabe.